La vida de Mimy o ser negro en Libia

23 de Septiembre de 2018
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Koulikoro, Mali, 23 Sep (Notimex).- "La vida en Libia es imposible para nosotros, los negros. Los libios nos consideran esclavos". Mimy esperaba encontrar en este país del norte de África una vida mejor para ella y su familia.

Estaba segura de que las cosas no podían ir peor que en Mali, donde siempre pasaron hambre. Estaba muy equivocada. La historia de Mimy es, por desgracia, similar a muchas otras en el duro país del exdictador Muamar el Gadafi.

Mimy, nacida en 1979, nació y se crió en Koulikoro, un pueblo situado en las colinas que rodean Bamako, la capital de Mali. Solo tiene dos vestidos, ambos negros, que reflejan perfectamente su estado de ánimo.
A los 24 años conoció a Adama, de su misma edad. Él también vivía en Koulikoro. Fue amor a primera vista. El chico trabajaba como cocinero en una taberna en el centro de Bamako, pero su salario era muy bajo.

Adama aspiraba a más, y tan pronto como surgió la oportunidad de mejorar su situación no la dejó escapar. Un amigo suyo que había emigrado a Libia para trabajar se había enterado de que en un importante hotel de Trípoli buscaban a un ayudante de cocinero.

Adama se casó con Mimy, con los ahorros de toda una vida compró un boleto de avión hasta la capital libia y se lanzó a esta nueva aventura.
"Me prometió que, tan pronto como fuera posible, me llevaría a Libia. Y lo cumplió: un año después de su partida, llegué a Trípoli a bordo de un avión”. Para Mimy la nueva vida fue de todo menos sencilla. No conocía a nadie, no hablaba árabe y no conseguía encontrar trabajo.

"El coronel Gadafi todavía estaba en el poder y los negros no eran bien vistos. No era seguro moverse por la ciudad, existía la posibilidad de ser arrestado acusado de ser un inmigrante ilegal. Nosotros teníamos todos los papeles en regla, pero con los libios no te puedes fiar nunca. Así que siempre estaba encerrada en casa", recuerda.

La segregación de Mimy tuvo el primer paréntesis feliz con el nacimiento de su primogénito, Abedala. Al final y al cabo, las cosas no iban tan mal. Adama, que trabajaba más de 12 horas al día, ganaba lo suficiente para enviar pequeñas cantidades de dinero a sus familiares en Mali. Y luego la joven pareja maliense tuvo tres hijos más.

La guerra civil de Libia (15 de febrero 2011-23 de octubre 2011), que terminó con la rocambolesca caída del Rais, preocupaba muchísimo a Mimy y Adama.

"Mi esposo no pudo trabajar durante mucho tiempo. Afortunadamente teníamos ahorros, que nos permitieron seguir adelante. Dos veces cayó una bomba cerca de nuestra casa, que quedó dañada, pero gracias a Dios nadie resultó herido", cuenta.

La verdadera tragedia de Mimy comenzó con la nueva Libia Urra (libre en árabe). Las milicias revolucionarias se adueñaron del país.

"Había muchos pequeños Gadafi en lugar del gran Gadafi. No sabíamos a quién teníamos que escuchar. Adama no dormía por las noches", dice.

Durante la guerra, el ex dictador había utilizado a muchos mercenarios negros del África Subsahariana, por lo que bastaba con tener la piel oscura para ser sospechoso de ser contrarrevolucionario y que te arrestaran.

Además, el negocio de la migración ilegal con embarcaciones que partían de las playas libias hacia Italia había tomado un nuevo impulso. "Los inmigrantes negros estaban ganando mucho, y arrestándolos existía la posibilidad de sacarles más dinero", indica Mimy.

Una mañana de hace tres años Adama salió de su casa en busca de algo de comer para su familia. Nunca regresó. Mimy apenas puede contener las lágrimas.

"La policía libia hacía redadas. Se encontraron con mi esposo. Pensaron que era un mercenario o un inmigrante clandestino porque era negro y lo arrestaron. Adama intentó mostrarles sus documentos, pero no quisieron escucharlo. Lo metieron en una camioneta y se lo llevaron. Uno de sus colegas presenció la escena y me lo contó todo", solloza.

Mimy se quedó sola con sus hijos. Inmediatamente se puso en contacto la embajada de Mali en Libia, donde le dijeron que con toda probabilidad Adama había sido llevado a una de las numerosas prisiones para migrantes de la región de Tripolitania, donde se encuentra Trípoli.

"No sé si los funcionarios hicieron todo lo posible para encontrarlo, pero quiero pensar que sí. Hay muchísimas prisiones, oficiales y no oficiales, fue una búsqueda a la desesperada. Me quedé un año en Libia tras el arresto de Adama, con la esperanza de poder abrazarlo de nuevo. Pero no hubo nada que hacer”, manifiesta.

La embajada de Mali ayudó a Mimy y a sus hijos a repatriarse. Ya no tenía sentido quedarse en esa Libia tan peligrosa y capaz de hacer desaparecer a una persona buena, trabajadora, incluso con los papeles en orden.

El estado de Mali otorgó a los hijos de Mimy, todos nacidos en Libia, la ciudadanía y los documentos malienses. "No me opuse a nada, quería borrar cualquier relación con ese maldito país".

Al regresar al aeropuerto de Bamako, Mimy, sus hijos y varios ciudadanos malienses con problemas similares a los suyos fueron recibidos por funcionarios de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una agencia de la ONU.

Rememora: "nos dieron 70 mil francos (unos 125 dólares) a cada uno para comenzar una nueva vida. Más tarde me dijeron que iban a financiar un pequeño proyecto para abrir un negocio. Adama me había enseñado a cocinar, así que pensé en abrir un restaurante. También me prometieron que pagarían la escuela de mis hijos durante tres años".

¿Qué pasó luego? "En cuanto a mi proyecto no hicieron nada, y a mis hijos solo les pagaron un año de escuela. A veces llamo a la OIM, pero o no me responden o me dicen que no hay más fondos. Hay muchas otras personas en mi misma situación, perdí toda la confianza en ellos”.

Hace ya tres años que Mimy no tiene noticias de Adama. Sus hijos más pequeños no recuerdan nada de su padre. Abedala, el primogénito, solo tiene vagos recuerdos.

Mimy siempre contó la verdad sobre la suerte de Adama a sus cuatro hijos. "Libia es un infierno para los negros como nosotros, vuestro padre solo fue la enésima víctima de esos criminales racistas".

Hoy Mimy y sus hijos viven en una habitación en casa de su hermana. Duermen los cinco juntos en dos viejos colchones debajo de una mosquitera remendada quién sabe cuántas veces. Bamako es una ciudad dura, especialmente para una mujer viuda a todos los efectos y con hijos a cargo.
"No consigo encontrar trabajo, nunca estudié y no tengo ninguna calificación en particular. Antes éramos Adama y yo quienes mandábamos dinero a nuestra familia desde Libia para ayudarlos. Ellos no lo olvidaron y si ahora podemos sobrevivir es gracias a su gratitud”, señala.

Mimy duerme poco y mal. Rara vez sueña, y cuando lo hace siempre se le aparece Adama. "Lo veo encerrado en una celda, sucio y cubierto de sangre. Los libios lo torturan hasta que se desmaya”.

“Luego lo despiertan –prosigue- con un balde de agua helada y empiezan a torturarlo otra vez. Él grita y pide clemencia, dice que nunca hizo nada malo, que tiene todos los documentos en regla. Pero es inútil. Luego me mira y me sonríe".

Mamy acaricia la cabeza de Abedala. Es una mujer racional con los pies en el suelo, sabe perfectamente que Adama murió en alguna prisión de Libia.

Pero en el fondo del corazón conserva la esperanza de volver a verlo vivo. "Si volviese conmigo podríamos abrir un pequeño restaurante y volver a ser una familia feliz. Pero esto nunca sucederá".