Hoy, a sus casi 20 años, esta joven -cuyo nombre real se esconde tras su seudónimo- vive una segunda oportunidad como interna de una Casa de Atención Especializada (CAE) en Medellín, la cual es gestionada por la congregación católica de los Salesianos de Don Bosco.
Su historia, como la de otros “niños guerrilleros”, quedó plasmada en el documental “Alto el fuego” del cineasta Raúl de la Fuente, presentado esta semana en Roma antes de llegar a otras ciudades de Europa (Madrid, Ginebra y Bonn) en las próximas semanas.
Catalina es un nombre de fantasía y tanto ella como los demás “desvinculados” (nombre técnico dado a los jóvenes que dejaron las armas) aún corren peligro y, en la mayor parte de los casos, no pueden volver a vivir con sus familias por temor a las represalias de los guerrilleros.
En entrevista con Notimex contó que ella misma decidió sumarse a las FARC en 2011, estaba en quinto grado y su vida era un desastre.
“Tenía problemas en la casa, conflictos, peleaba mucho con mi padrastro y la economía no era muy buena. Éramos pobres y mi mamá no me entendía. Todo eso me llevó a irme allá, fue una decisión que tomé yo”, precisó.
Al principio estaba fascinada con “el ideal” y “la lucha”, pero el primer bombardeo le dejó en claro que aquello no era un juego, era algo más que cargar la mochila y dormir en el suelo. “Sólo hay que pensar en uno y en salvarse la vida”, añadió.
“Yo lloraba, ahí si era cobarde, era sentir que hasta ahí llegaba tu vida, como que tu libro se iba a acabar en ese momento. Me sentía horrible, era atroz”, respondió ante la pregunta: “¿Qué se siente convivir todos los días con la muerte?”.
No ocultó haber pasado “buenos momentos” en la guerrilla, su gusto por “los bailes” y “compartir historias”. Pero cuando quiso escaparse la primera vez, “para rumbear”, la recapturaron unos milicianos y la regresaron al campamento.
Entonces se salvó de un consejo de guerra, en cambio recibió un “castigo drástico”. “Cuando vino acá usted tomó una decisión y esa decisión es infinita”, le replicaron.
Mientras tanto veía a los comandantes tener privilegios, “dormir en tablas” con sus mujeres y se indignaba. “Me fui llenando de esa inconformidad, si ellos están en un ideal ¿por qué viven así? No me gustó”, graficó.
Cuando superó su límite decidió escapar y mientras uno de los jefes estaba ausente pudo hablar con su madre por celular, de ella recibió el ánimo definitivo.
Dejó todo y emprendió una marcha de 16 horas seguidas: de las 10 de la mañana hasta las cuatro de la madrugada del día siguiente. Hasta que alcanzó una casa y la recibió una señora. “No mija, ¿en qué se metió usted?”, exclamó aquella mujer al escuchar su relato. Un sobrino la condujo en moto hasta un pueblo cercano y así hizo perder sus huellas.
Gracias a la intervención del gobierno ingresó a la CAE, ubicada en la Ciudad Don Bosco de Medellín, una de las dos estructuras que la orden de los Salesianos administran en Colombia. La otra se encuentra en Cali.
Desde hace 16 años, por la casa de Medellín han pasado mil 300 jóvenes, por la de Cali unos dos mil 300. Ahí Catalina se graduó y ya piensa en estudiar enfermería, pero aún carga con el peso de un conflicto activo, no obstante los acuerdos de paz.
No puede volver a su pueblo rural y si quiere ver a su familia debe concertar un encuentro en otra latitud, lejos de la amenaza de los guerrilleros. La comunicación cotidiana es telefónica.
“Cuando se estaba discutiendo lo del acuerdo de paz (entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC) estábamos muy contentos porque pensamos que los niños ya no iban a estar en la guerrilla, que iba a ser diferente y que íbamos a poder regresar a nuestras casas”, contó.
“Fue un momento de alegría. Cuando supimos que ganó el ‘no' (en el referéndum) fue muy triste en ese momento. Pero aún seguimos con el ánimo de que sí se va a poder”, añadió.
Se mostró comprensiva con quienes decidieron votar “no” a los acuerdos de paz. “Yo se que muchos perdieron familia, hubo matanzas de la guerrilla y del gobierno hacia ellos”, reconoció. Pero apeló a la reconciliación profunda.
“Yo se que hubo mucho dolor, lo sigue habiendo. Somos seres humanos y todos cometemos errores, pero existe posibilidad de tener un remiendo. Nosotros primero deberíamos tener paz interior y después darla, eso si nos falta un poquito. Pensar muy bien, no sólo en uno mismo sino en los demás”, estableció.
La historia de Catalina dejó al descubierto uno de los aspectos más álgidos de los acuerdos con las FARC.
Según el documental que incluye su historia, entre seis y siete mil menores de edad estarían en manos de los guerrilleros. Pero las FARC sólo reconocen 75, de los cuales han entregado poco más de una decena.
Así lo explicó –también en entrevista- Rafael Bejarano, director de la Ciudad de Don Bosco: “Yo no puedo decir si son esos (varios miles) o no. Ellos han entregado 11 en los últimos cinco meses. Pero según las cifras de los menores que hemos atendido en los últimos años, las estadísticas no coinciden con esos datos”.