La persecución implacable del Estado Islámico contra la etnia yazidí

26 de Diciembre de 2016
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Duhok, Kurdistán iraquí, 26 Dic (Notimex).- Es en Duhok donde los yazidíes han encontrado refugio tras huir de la violencia de los milicianos del Estado Islámico. Aquí, para los que pudieron escapar de la masacre de Sinjar en verano de 2014, se han preparado tiendas de campaña que se extienden hasta donde alcanza la vista.

Los yazidíes han sufrido el acoso de los extremistas más que nadie: hombres fusilados y abandonados en fosas comunes, mujeres subastadas en el mercado como esclavas y niños entrenados para cortar las gargantas de los “infieles”.

El yazidismo es una religión muy extendida en las regiones del Sinjar iraquí desde antes de la aparición del Islam en esta zona. Se trata de una religión monoteísta, cuyo origen es discutido por el acentuado esoterismo de sus doctrinas, que permiten sólo a los iniciados acceder a su núcleo más auténtico.

Desde la aparición de la organización de Abu Bakr al-Baghdadi en Irak, los yazidíes, considerados “demonios” en tanto que seguidores de un dios “impostor”, han sido fuertemente perseguidos.

Un verdadero etnocidio, con un pico representado por la matanza de Sinjar, la principal ciudad yazidí: en agosto de 2014, pocos meses después de la captura de Mosul, los yihadistas ejecutaron al menos a cinco mil hombres.

Desde entonces, la diáspora yazidí ha encontrado refugio en los enormes campos de desplazados financiados principalmente por AFAD (Presidencia de Turquía para la Gestión de Emergencias y Desastres) y dispersos en las afueras de Duhok, en el norte de Irak, en el Kurdistán iraquí.

Actualmente aquí, distribuidas en cuatro mil tiendas de campaña, viven en condiciones precarias más de 80 mil personas.

Aikus es una chica yazidí. Fue secuestrada en su pueblo, a las puertas de Sinjar, el 3 de agosto de 2014. Después de haber sido llevada a Mosul junto a otros centenares de mujeres, fue vendida en una subasta en uno de los mercados públicos de la ciudad. Durante 15 meses vivió en esclavitud.

“Todo comenzó ese maldito verano -explica la joven-. Por la noche los de Daesh (el acrónimo árabe para el Estado Islámico) atacaron mi pueblo. Mi familia y yo escapamos, pero durante la fuga fui capturada”, afirma.

“He visto -continúa- cómo quemaban vivas a mujeres porque se habían negado a obedecer las órdenes de esos demonios. Y con ellas, sus hijos. Desde el primer momento nos repitieron que teníamos que convertirnos al islam”.

“Islam, Islam, Islam. Siempre nos decían esto. Esos hombres eran muy crueles con nosotras. En Mosul nos metieron en una habitación muy grande. Nuestros carceleros nos exigían que nos quitáramos la ropa para que pudieran ver nuestros cuerpos. A las más bellas las trataban mejor. Luego nos vendieron como animales en el mercado. Fue muy humillante”, dice.

Aikus añade: “Después de Mosul me llevaron a Raqqa, en Siria. Allí pasé por las manos de siete hombres. Eran todos saudíes, no sirios”.
“Recuerdo bien sus caras viejas y feroces. En ese momento yo estaba embarazada de mi marido, a quien no he visto más desde mi detención. Pero a pesar de la barriga, esos hombres no tuvieron piedad de mí. Nadie puede imaginar el dolor que he tenido que sufrir”.

Las mujeres yazidíes son un botín de guerra fácil y seguro para los milicianos. En octubre de 2014 el gobierno kurdo iraquí creó la Oficina para Personas Secuestradas, ubicada en Duhok, que trabaja principalmente para la liberación de las mujeres yazidíes secuestradas y vendidas en las zonas ocupadas por el Estado Islámico en Irak y Siria. Si hoy Aikus está a salvo, se lo debe a este organismo.

“Mi agencia -explica Hussein al-Qaidy, el director- nació por voluntad del presidente del Kurdistán, Barzani, que se vio obligado a salvar a las mujeres yazidíes”.

“De acuerdo con nuestros registros, que siempre actualizamos, los de Daesh han secuestrado a seis mil 413 mujeres. De estas, hasta ahora hemos logrado liberar a dos mil 782. Con el inicio de la ofensiva sobre Mosul, el pasado 17 de octubre, las operaciones de rescate se han vuelto más complicadas, pero no por eso nos hemos detenido. Por ejemplo, sólo la semana pasada liberamos a unas 40”.

El precio de una esclava varía, según su edad y su belleza, desde unos pocos cientos de dólares hasta varios miles. De acuerdo con las leyes del Estado Islámico, no se puede vender una esclava a personas que no estén afiliadas a la organización terrorista.

Los miembros, en cambio, pueden intercambiarse las esclavas para abusar de ellas sexualmente. Por lo tanto, es bastante difícil conseguir ponerse en contacto con ellas, y por esta razón la Oficina de Personas Secuestradas utiliza intermediarios de confianza.
“Nunca hemos tenido contacto directo con Daesh -dice el director Al-Qaidy-, dado que preferimos utilizar canales más discretos. Utilizamos a intermediarios, a los que pagamos no poco para sacar clandestinamente a las mujeres de Mosul y Raqqa y llevarlas a salvo con nosotros al Kurdistán”.

A estos intermediarios, señala, “les damos fotos y otras informaciones de las mujeres secuestradas y ellos se ponen a trabajar. Así trabajamos, y obtenemos buenos resultados”.

Pero no son sólo las mujeres las que son objeto de la búsqueda de la Oficina de Personas Secuestradas.

También miles de niños yazidíes secuestrados por el Estado Islámico forman parte de la base de datos del organismo. Los menores, después de ser convertidos al Islam, son adiestrados para que sean milicianos fieles e implacables

Este es el caso de Hussein, originario de Tall´Afar, otro centro yazidí a unos 50 kilómetros de Sinjar. Cuando fue secuestrado tenía apenas 13 años. Su pesadilla duró dos años y hasta ahora no ha sido capaz de dibujar una sonrisa.

“Nos secuestraron y y nos llevaron inmediatamente a Raqqa. A todos, incluidos los adultos. Luego nos separaron, y a los niños, que éramos casi 200, nos llevaron a una escuela donde comenzamos el adiestramiento. Tres meses estudiando el Corán y aprendiendo a utilizar las armas y a matar a los infieles cortándoles la garganta”, recuerda.

https://youtu.be/5Ur97Vey4yI

“El condenado tiene que arrodillarse, y hay que agarrarlo con fuerza por el cabello y tirar hacia atrás. Luego se coge el cuchillo y se corta así -imita el gesto-. Una, dos, tres veces”.

Dice: “Después de Raqqa nos trasladaron a Mosul, y ahí empezó la segunda fase del adiestramiento. Pistolas, Kalashnikovs, cinturones explosivos”.

“Dentro de mí los maldecía y no podía esperar para escapar. Lloraba todas las noches. Una vez me dieron 250 latigazos. Alguien les había contado a los guardias que tenía un teléfono celular. Estaba prohibido, lo sabía, pero me daba igual. Gritaba y lloraba de miedo. Preferí dejar que me azotaran antes que renunciar a escuchar la voz de mi madre”, refiere.

Al final, Hussein consiguió escapar, bajo los bombardeos, aprovechando la confusión. Hoy vive con su madre y su hermano pequeño y espera poder regresar a su pueblo destruido con el fin de dejarlo todo atrás y empezar una nueva vida.

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