En su parcela de poco más de una hectárea, la mujer cultiva desde hace 5 años plátanos, bananas, sandías, calabazas, aguacates y maíz, productos que, si no fuera por este esfuerzo que surgió en medio de la escasez, no estarían en su mesa.
"No exactamente no como (si no siembro), pero sí tengo la oportunidad de comer un poquito más, de compartir un poquito más, por ejemplo con mi familia, uno comparte porque como son tantas manitos (personas)...", dice a Efe la mujer durante una pausa de su jornada del domingo.
Con metro y medio de altura y cerca de 50 kilos de peso, cuesta imaginar a esta menuda y aparentemente frágil mujer de 52 años trabajar la tierra.
Mucho más cuando su esfuerzo se materializa en el barrio de Valle Arriba, que a finales de la década de 1990 atrajo a parte de la clase media caraqueña que se había hastiado del bullicio de la capital venezolana.
Pero a Armas, al igual que los miles de venezolanos que optan por la agricultura urbana, no le quedó otra opción: su salario como enfermera alcanza, en el mejor de los casos, los 10 dólares por mes, mientras que la canasta alimentaria se ubicó en julio en casi 270 dólares, de acuerdo con los cálculos del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas).
UN PLAN DE MADURO CONTRA LA ESCASEZ
En 2016, cuando la escasez de medicinas y alimentos básicos sacudía al país, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, creó el Ministerio de Agricultura Urbana, una cartera pensada para promover la economía de subsistencia.
No fue un plan que Maduro sacó de su chistera. El fallecido presidente Hugo Chávez (1999-2013) solía relatar en público y cada vez que podía las bondades de la siembra en las ciudades, e incluso llegó a proponer la cría de gallinas en edificios de viviendas de Caracas.
Maduro retomó la idea cuando el país era incapaz de alimentarse a sí mismo, y el flujo de caja de su Gobierno se contrajo por la caída en la producción de la industria petrolera, de donde Venezuela obtenía casi el 96 % de sus ingresos.
El arranque del programa fue titubeante, y apenas se vieron resultados en su primera etapa.
Pero hubo un relanzamiento en 2018, que ha animado a más residentes de las ciudades a sembrar los especies que con sus ingresos no podrían costear en el mercado.
"ME AYUDA MUCHÍSIMO"
Es el caso de Argenio Córdoba, que produce en un terreno cercano al de Armas buena parte de los alimentos que pone en su mesa.
"Yo tengo tiempo que no sé lo que es comprar un plátano, cambures (bananas), lechoza (papaya)", dice el hombre de 58 años a Efe. "Lo que se saca es para consumo personal, mi familia es grandísima", añade.
Córdoba fue restando cada vez más el tiempo que pasaba en su herrería, que poco dinero producía en medio de la crisis, para dedicarlo a la siembra, el trabajo que ponía alimentos en su mesa.
"Esto me ayuda muchísimo", dice con orgullo.
En su terreno planta bananas, cítricos, maíz, calabazas y otros cultivos que, señala, le permiten "sobrevivir" a su familia.
Sin esas siembras, asegura que sus finanzas "se pusieran pequeñitas", sobre todo en medio de la difícil situación que atraviesa el país y que se agudizó por la pandemia.
Aunque en ocasiones hace trueques o logra vender parte de lo que cosecha, insiste en que casi todo lo que produce va a la mesa de su familia, y que cuando comenzó a sembrar no tenía en mente amasar fortuna, sino sobrevivir.
Sin embargo, tiene la llamada "carta agraria", un documento que emite el Ministerio de Agricultura y que le permite explotar las tierras con el fin último de abastecer los mercados locales, aunque eso tendrá que quedar para tiempos mejores.
UNA IDEA SIN APOYO CONTUNDENTE
Aunque la idea de llenar las ciudades venezolanas de siembras parte, principalmente, de Maduro, algunos señalan que son pocos los apoyos que el Gobierno ofrece a la empresa.
Armas dice a Efe que apenas tuvo capacitación para hacer abono con lombrices, aunque este método precisa parte del tiempo que ella pasa en el hospital, por cuanto no ha podido ponerlo en marcha.
Entretanto, Córdoba asegura que en cinco años no recibió capacitación, solo un kilo de semillas para plantar maíz con la condición de devolver el favor cuando obtenga su cosecha.
"Pero créditos no he tenido", agrega recorriendo con la mirada la extensión de su terreno, que estima tiene el potencial para abastecer los mercados circundantes.
Pero si productores como Armas y Córdoba, que trabajan extensiones superiores a la hectárea, apenas han contado con apoyos gubernamentales, otros, como el pensionista Rafael Rojas, ni siquiera conocen de la existencia del Ministerio de Agricultura Urbana.
A sus 63 años, Rojas siembra desde hace un varios meses una pequeña extensión de terreno, que calcula en solo 50 metros, a un lado de su edificio.
"Me animé a hacerlo porque estaba sin hacer nada, entonces empecé a limpiar y a sembrar y todo ha salido bien, el cultivo lo llevo para la casa, porque es muy poco lo que se da", dice a Efe.
Rojas aprendió a cosechar yucas en su natal estado Sucre (noreste), que dejó a los 17 años para buscar la vida en la capital venezolana.
También planta calabazas y bananas, dos productos que crecen, dice, sin arrebatarle el tiempo que usa como empleado de mantenimiento en un edificio.
Su pequeño espacio de siembra, con El Ávila de fondo -el cerro que reverencian los caraqueños- es el retrato de la economía de subsistencia que gana cada vez más terreno en Venezuela.
El domingo, Rojas retiraba la maleza bajo la lluvia y con herramientas antiguas.
La ciudad se había quedado sin servicio eléctrico, lo que también produjo el corte del agua y la señal de telefonía móvil.
Esta condición se mantuvo algunas horas, pero durante ese tiempo fue la estampa más vivida de la ruralización que está ocurriendo en muchas ciudades de Venezuela.