Javier Enrique con su ceguera y su mujer huye de xenofobia venezolana

04 de Septiembre de 2015
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Javier Enrique Padilla y su esposa July Andrea Ruiz, huyen de xenofobia venezolana. FOTO/NOTIMEX
Javier Enrique Padilla y su esposa July Andrea Ruiz, huyen de xenofobia venezolana. FOTO/NOTIMEX
Cúcuta, 4 Sep (Notimex).- Ciego y con claustrofobia, Javier Enrique Padilla y su esposa July Andrea Ruiz recorrieron durante tres días la frontera entre insultos de la Guardia Bolivariana y la solidaridad de la gente que se encontraron en el camino, hasta que lograron cruzar el puente internacional Simón Bolívar, el 24 de agosto, que los condujo a su patria: Colombia.

Jorge Enrique y July son dos de los miles de colombianos que desde hace dos semanas decidieron abandonar Venezuela, después de construir por años sus vidas al otro lado de la frontera, a donde migraron en busca de futuro y oportunidades.

Ellos tienen la categoría ante las autoridades de Colombia y Venezuela como “retornados voluntarios”, pero que en sus propias palabras de “voluntario no tiene nada”, pues salieron por miedo a la deportación, la xenofobia y los vejámenes de la Guardia Bolivariana.

Javier Enrique, quien perdió la visión en su juventud, narró a Notimex por qué y cuándo salió de Colombia hacia el estado de Maracaibo, en Venezuela, y en qué momento decidieron dejar atrás lo que construyeron en un humilde sector al otro lado de la frontera.

“El 30 de diciembre de 2008, salimos de Bucaramanga a Venezuela para buscar oportunidades. Yo soy una persona invidente y en mi ciudad no tenía muchas oportunidades. Por eso salimos hacia Maracaibo”, contó Javier Enrique aferrado a su bastón, “su amigo inseparable”.

En Maracaibo trabajaron en diferentes oficios, su vida era relativamente normal, hasta que en 2014 ellos y otros colombianos que residen en Venezuela, empezaron a sentir la xenofobia de las autoridades y de muchos venezolanos que se encontraban en los supermercados.

“Desde hace un año, los colombianos empezamos a sentir la discriminación en Maracaibo. Ustedes son colombianos, no les podemos vender nada, salgan de acá, fuera, fuera”, recordó Javier Enrique, mientras su esposa reafirmaba con la cabeza la historia de su compañero de vida.

Advirtió que no son todos los venezolanos, pero la xenofobia contra los colombianos crece al otro lado de la frontera por dos razones: Una está motivada por las propias declaraciones del presidente Nicolás Maduro, por la crisis desatada en la frontera, y la segunda por la falta de abastecimiento en los artículos de primera necesidad.

La compra de una bolsa de leche, por ejemplo, si es un verdadero drama para los venezolanos, que tienen que hacer largas filas para adquirir sus artículos básicos, para “nosotros los colombianos es el doble de difícil”.

“Cuando uno iba a comprar algo de la canasta básica, teníamos que mostrar la identificación y cuando nosotros mostrábamos nuestro pasaporte, de inmediato nos insultaban: “son colombiano no tienen derecho, ¡mama huevo, mama huevo! salgan de aquí”.

De este tamaño es la xenofobia que empieza a crecer al otro lado de la frontera, en donde residen, según cifras del gobierno de Caracas, más de cinco millones y medio de colombianos.

Los colombianos empezaron a buscar futuro laboral en las décadas de los años 60 y 70, con el boom petrolero, y cuando el tipo de cambio era de 38 bolívares por un peso colombiano.

El bolívar que era apetecido en el pasado en las calles de Cúcuta, hoy, en 2015 difícilmente la recibe el comercio, porque 100 bolívares, por ejemplo equivalen a dos mil pesos, que es menos de un dólar.

Los venezolanos todos los días se tienen que enfrentar a largas filas para adquirir lo mínimo de lo mínimo, y en esa lucha diaria surge la xenofobia, porque una bolsa de leche que adquiera Javier Enrique y July, es una bolsa de leche que ellos no tienen.

Los insultos crecieron contra la pareja y al mismo tiempo aumentó en Javier Enrique y July sus deseos de regresar a su natal Bucaramanga, que es la principal ciudad del nor-oriente colombiano, donde tienen familia y amigos.

El 18 de agosto pasado la pareja decidió regresar y empezaron a empacar en bolsas y maletines sus pocas pertenencias. Al día siguiente salieron en autobús de Maracaibo hacia San Antonio para cruzar el puente internacional Simón Bolívar.

Cuando llegaron en las horas de la noche a San Antonio, se enteraron que el paso por el puente había sido cerrado por orden del presidente Maduro. Aquí empezó la segunda parte de su odisea.

“Tratamos de pedir ayuda a la Guardia Bolivariana para que nos dejaran pasar. Fuimos a una oficina de derechos humanos en San Antonio y la respuesta fue: ‘no se puede hacer nada el paso está cerrado por 72 horas. Debe esperar’”, señaló.

Las 72 horas pasaron y la frontera siguió y sigue cerrada. Después de cuatro días de ambular con su bastón y su mujer por las calles de San Antonio, se vieron obligados a pedir dinero a los transeúntes para comer y pagar en el pequeño hospedaje donde se encontraban.

“Gracias a Dios, la bondad de colombianos y turistas que estaban en San Antonio, conseguimos para comer algo y pagar la pieza”, subrayó Javier Enrique, quien hace las pausas en la conversación cuando su esposa le aprieta el brazo.

Cuando la pareja estaba decidida a cruzar el rio Táchira, por alguna de las trochas, como lo estaban haciendo centenares de colombianos con sus viejos colchones en hombros, apareció un miembro de la Guardia Bolivariana que les dijo: “¡Corran, corran que la frontera la van abrir en un momento!”.

La pareja salió a zancadas como pudo con sus maletines al paso fronterizo y allí lograron subir a un autobús con otras personas, entre ecuatorianos, peruanos y otros colombianos que estaban de turismo en Venezuela.

“Yo tenía ataque de claustrofobia, fue terrible, pero menos mal logramos cruzar el puente y ahora estamos esperando la ayuda del gobierno colombiano”, afirmó Javier Enrique, quien asiste todos los días al puente en el lado de Colombia, donde le hacen curaciones a una herida en una de sus piernas que se lesiono durante la travesía.

Javier Enrique y July ahora se aferran a la solidaridad del gobierno de Colombia y de su gente para reconstruir sus vidas en Bucaramanga o en Cúcuta.

“Para mi va a ser muy difícil por mi condición de invidente, pero ahora entiendo que es mejor estar en mi país que en Venezuela. Por allá no volveremos a que nos traten como perros”, puntualizó el colombiano que ante la falta de visión construye imágenes de esperanza en medio de la incertidumbre.

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