La Habana, septiembre (Especial de SEMlac).- Alcanzar la corresponsabilidad de los cuidados es una meta, pero también una gran necesidad en la Cuba de hoy. Lejos de quedarse en utopía, este ha sido uno de los focos principales de quienes piensan e impulsan un sistema de cuidados integrales para la vida en la nación caribeña.
"Si el cuidado se queda en la familia y permanece el patriarcado, sigue recayendo en las mujeres", asegura a SEMlac la socióloga y profesora universitaria Magela Romero Almodóvar, coordinadora de la Red Cubana de Estudios sobre Cuidados.
Por eso la académica feminista defiende con pasión la idea de que el trabajo de cuidado se valore en su real dimensión: como un trabajo, un derecho y un pilar fundamental del bienestar social; que así se considere en las políticas y en la práctica, a la vez que reivindica a las personas cuidadoras y repasa los desafíos que encaran hoy.
¿Los cuidados son un problema en la sociedad cubana actual?
Los cuidados no son un problema; son trabajo, una práctica, una relación social. Tienen que ver con la cultura y las conexiones, casi siempre amorosas, que establecemos entre familiares, amistades, vecinos, personas.
Lo que sí es un problema es la crisis de los cuidados, porque supone un escenario donde hay un desbalance entre la demanda y la oferta de cuidado. Y eso tiene que ver con otro problema, que es el tradicional diseño político de la organización social de los cuidados, anclado a patrones familistas y patriarcales que no se ajustan a los cambios acontecidos.
No podemos seguir pensando la sociedad como hace siglos, marcada por una visión patriarcal, en la cual las mujeres asumían el cuidado, básicamente, por asignación cultural. Entonces no tenían los niveles de participación económica, política y social de hoy, cuando además existen otros actores y una mirada que, al mismo tiempo, cuestiona ese diseño tradicional.
En el caso concreto de Cuba, ¿cómo está funcionando?
Tenemos un buen antecedente en las políticas impulsadas para potenciar la corresponsabilidad, sobre todo por la Federación de Mujeres Cubanas, en las pasadas décadas de los sesenta y setenta; aunque no hubo una intención de transformar directamente la división sexual del trabajo, sino de cambiar la realidad para que las mujeres pudieran incorporarse a la vida económica y social. Para ello se crearon servicios de apoyo a la familia que, en realidad, eran para las mujeres básicamente, porque las aliviaron a ellas.
Pero luego, en los noventa y la primera década de este siglo, muchas de esas iniciativas, estrategias y políticas casi desaparecieron, por una crisis que marcó profundamente a la sociedad y porque, en algunos casos, no se supieron defender, no se entendieron en su alcance y multidimensionalidad en términos de equidad y apoyo a la corresponsabilidad, sobre todo, social. Se afectó el eslabón más débil en la organización de los cuidados: las
familias, y faltó una estrategia rápida para vencer el retroceso.
Los marcos normativos, con propuestas como la licencia de maternidad remunerada y la posibilidad de que los padres accedieran a ella, demostraron la intención de un diseño político pro género de esa organización social de los cuidados. Sin embargo, los marcos legislativos no resuelven cuando falta un sistema de servicios que acompañe esa transformación y, efectivamente, permita a la familia -pero sobre todo a las mujeres- delegar esa responsabilidad.
En 2019 el diagnóstico mostraba que el Estado tenía programas, un marco legislativo de referencia y cubría necesidades sociales de un número importante de personas. Pero la organización social de los cuidados seguía estando marcadamente en manos de las familias y, en particular, de las mujeres. En la esencia de esas políticas normativas había un criterio marcadamente patriarcal, lo que obviamente limita avanzar hacia la conciliación y la corresponsabilidad.
Otra investigación de 2019 sobre la percepción de los cuidados demostró que, detrás de ese criterio de avanzada, todavía había mucho patriarcado, lo que limita la transformación real de la división sexual del trabajo y el entendimiento de que este asunto tiene que verse en la trama de los múltiples actores que tienen que entrar a dar cuidado con responsabilidad social.
¿Cuál sería el alcance de esa responsabilidad social?
Implica no solamente entender que el cuidado de la vida es lo más preciado, sino que además no puede existir modelo de desarrollo sin tener un sentido claro de cómo potenciar y poner en el centro el bienestar individual y colectivo.
Tampoco puede haber avance si no se cambian percepciones tradicionales que llevan a la injusticia, a reproducir modelos de sobrecarga, explotación, invisibilidad y no reconocimiento del cuidado y de quienes lo hacen; si no se entienden los aportes económicos del trabajo de cuidados no remunerado al Producto Interno Bruto (PIB), a los presupuestos de un Estado que aboga por la protección de todas las personas.
Si ahora mismo, por ejemplo, las familias dejan de atender a las personas encamadas o dependientes que cuidan, ¿cuánto le costaría al Estado garantizar el bienestar y la vida de esas personas?
¿Cuáles consideras los mayores vacíos y desafíos?
La falta de reconocimiento social del valor económico de los cuidados y que estos se reconozcan como un trabajo. De eso dependen no solo la mayor visibilidad de ese aporte, sino el reconocimiento en toda su dimensión de las personas cuidadoras -sobre todo las no remuneradas- como trabajadoras y el incremento de sus garantías y protección. Hay que empezar a llamarlas trabajadoras domésticas, no son "amas de casa", "población económicamente inactiva".Ellas hacen el trabajo más importante del mundo: sostener la vida.
Otro desafío tiene que ver con la mercantilización de los servicios de cuidado y la necesidad de crear estrategias gubernamentales para prevenir el considerable ensanchamiento de las brechas de equidad social, asociadas no solo al acceso a esos servicios privados, sino a servicios de calidad.
Esto último conecta con problemas y carencias de infraestructura en los servicios estatales de cuidado en el país, necesitados de reparaciones materiales, mecanismos que garanticen mayor higiene, personal suficiente y con preparación.
La responsabilidad social va más allá de pagar los impuestos, que a veces se pueden manejar para crear responsabilidad social desde la sensibilidad. Alcanza también la responsabilidad empresarial con la sociedad y el cuidado de la vida: invertir, por ejemplo, en mejorar las infraestructuras anteriormente mencionadas, crear casitas infantiles; o garantizar apoyos, como proveer artículos de aseo a trabajadores con familiares dependientes, transporte para llevarlos al médico, entre otros.
Por eso es tan importante el sistema y se necesita impulsarlo como una estrategia bien pensada, regulada y controlada por el Estado.
¿Qué impacto tuvo la pandemia de covid-19 en los cuidados?
Llevó a un repensar inmediato sobre la importancia de proteger la vida y la salud; a la necesidad de cuidar, de conectar iniciativas. Puso la mirada en la población vulnerable, porque no todas las personas tienen las mismas condiciones y redes de apoyo; condicionó en ese sentido la acción más acentuada del Estado para atender algunos casos y para eso se movilizaron muchos recursos.
Al mismo tiempo, potenció estrategias que no fueron intencionadas por el Estado y eso fue lindo: en las comunidades se activaron redes de apoyo vecinales, sobre todo para cuidar la vida de quienes no estaban, necesariamente, en los núcleos familiares. Sacó el cuidado del escenario privado y lo puso en el público como un problema social de preocupación, ante un contexto de emergencia sanitaria. Ayudó mucho a poner en el centro y repensar las políticas del cuidado, que no eran suficientes ni cubrían las necesidades.
Luego muchas iniciativas no se mantuvieron, pero quedó la visión y necesidad de articulación entre la academia, las instituciones, las redes y las personas en función de la política de los cuidados.
¿Qué retos identificas de cara al sistema nacional de cuidados?
Un punto clave es el presupuesto, porque la consolidación del sistema demanda un presupuesto mucho mayor destinado a los cuidados, pero también a su funcionamiento. Otro aspecto es el enfoque de esa inversión: no es lo mismo invertir para prevenir que para atender la demanda, que obviamente es lo más inmediato.
Hoy el déficit de esa inversión recae en la familia y su capacidad de gestión económica para solventar sus necesidades de cuidados. Porque hay familias que tienen todo para atender una demanda y hasta contratar servicios en el mercado; pero otras no tienen absolutamente nada,ni siquiera la persona que se hará cargo. A veces quien se hace cargo es, incluso, una persona dependiente: mayores que cuidan a mayores, personas en situación de discapacidad que cuidan a otras en igual situación.
Por otra parte, son sobre todo mujeres quienes ofrecen servicio de cuidado a un altísimo costo y no lo pueden resolver con un nivel de calidad aceptable si, por ejemplo, no pueden dejar de trabajar en el espacio público para generar ingresos o sostener en paralelo a otras personas dependientes, como niñas y niños.
¿Qué pasa en el día a día de esas mujeres que sostienen los cuidados?
Muchas veces el cuidado aparece como algo abrupto en sus vidas, que no tenían planeado y por lo cual tienen que aplazar proyectos, interrumpir el empleo asalariado o ver cómo pueden simultanear el cuidado con lo demás.
Muchas veces no tienen ni las herramientas para eso y terminan generando un problema de autocuidado, porque van delegando su propio cuidado en función del bienestar de las demás personas.
Por eso son importantes los programas para atender sus demandas y los apoyos que requieren dentro de un sistema de cuidados. También la certificación de prácticas: hay que enseñar a cuidar, porque se puede apoyar y asistir, pero cuidar requiere de habilidades, preparación, herramientas, y de una cultura de corresponsabilidad y jurídica asociada.
El año pasado comenzó ese proceso de certificación, a partir del perfeccionamiento de las Escuelas para Personas Cuidadoras, coordinadas por el Ministerio de Salud. Es una exigencia vencer la escuela de cuidados por todas las personas que solicitan la licencia para ejercer ese trabajo. Ese es un comienzo.
Todas las R que marcan la meta feminista de consolidación del sistema tributan a las personas cuidadoras, entes fundamentales de esa Relación social que significa el cuidado para la vida. Se trata de un universo muy diverso, pero en cualquier caso hay que Reconocerlas como personas trabajadoras, visibilizar sus sobrecargas -que son físicas y mentales- y Redistribuirlas en las familias, sin distinción de sexo, y entre los distintos actores de la sociedad.
Urge cambiar los patrones patriarcales que suponen que ellas son las principales responsables, por la permanencia de la división sexual del trabajo. Aunque los hombres van asumiendo tareas, se han incorporado más al trabajo indirecto del cuidado, como fregar, a veces limpiar y mantener tareas tradicionales, como proveer alimentos o botar la basura.
Igualmente, es importante la entrada de otros actores al cuidado: empresas, instituciones, sector no estatal, comunidades, grupos, asociaciones... Eso es corresponsabilidad. Si el cuidado se queda en la familia y permanece el patriarcado, sigue recayendo en las mujeres.
Ellas necesitan de infraestructura y servicios para Reducir el tiempo de los cuidados, de manera que ganen tiempo para sí y dediquen menos tiempo a trabajar.
El de las Representaciones será un camino largo. Aún no se entiende lo suficiente, pero se necesita una interlocución directa entre las personas cuidadoras y los entes que integran el sistema de cuidados. Vamos avanzando en ese sentido, pero falta mucho por hacer, aprovechando lo que existía y nutriéndolo con nuevos enfoques, ideas y sentidos de justicia social.