"Estoy aquí porque consumía shaboo". Marina acaba de cumplir 30 años y durante casi la mitad de su vida consumió esta poderosa metanfetamina, muy común en Filipinas y conocida como shaboo crystal meth.
Solicitó voluntariamente ser admitida en el centro de Davao. Temía que si no conseguía poner fin a su adicción terminaría con una bala en la cabeza o condenada a cadena perpetua.
"Hoy en nuestro país a los drogadictos y a los traficantes los asesinan. No sé quién, pero el hecho es que el que entra en contacto con el shaboo suele acabar mal”, cuenta Marina.
“Y si no terminas muerto acabas encerrado de por vida, incluso por una pequeña dosis de shaboo. Esto me animó a venir aquí". Marina se refiere a las numerosas ejecuciones extrajudiciales en Filipinas desde que Rodrigo Duterte llegó a la Presidencia, en junio de 2016, y a las severísimas penas de prisión vigentes para quienes consumen o venden drogas.
Muchos acusan a Duterte de ser el instigador de tales ejecuciones. Las víctimas son traficantes y consumidores de droga. Desde el comienzo de su mandato serían más de 20 mil, unas cifras de nación en guerra.
Si a alguien lo encuentran en delito flagrante -y esto ya sucedía con los gobiernos anteriores- se arriesga a penas de entre 20 años y cadena perpetua.
"Con Duterte -cuenta Alily Pacheo, una de las enfermeras del lugar- el número de centros para la rehabilitación aumentó significativamente. Lo primero que les hacemos hacer a nuestros pacientes es una prueba psicológica para evaluar sus condiciones”.
Refiere que “la duración del tratamiento es de un mínimo de seis meses hasta un máximo de un año. Una vez que salen de aquí, un porcentaje muy alto de nuestros pacientes ya no vuelven a caer en el círculo de la droga".
El centro de Davao, en un área de las afueras de la ciudad, alberga a 180 personas, incluidas unas 40 mujeres y un total de 30 menores. El perímetro del edificio está vigilado día y noche por los guardias.
Los hombres duermen en la zona este, mientras que las mujeres duermen en la oeste. Aunque no hay barreras entre las dos zonas, los dos grupos no tienen ningún tipo de contacto.
Las habitaciones, iluminadas con una tenue luz de neón, son salas grandes con colchones de espuma en el piso. En una pequeña esquina están la ducha y el inodoro. Con esa misma iluminación cuenta la cantina.
Hombres y mujeres realizan las mismas actividades: se levantan a las 04:30 de la mañana; hacen el recuento en un jardín muy cuidado; practican media hora de gimnasia en una cancha de baloncesto con música de discoteca, y toman una ducha rápida.
Desayunan abundantemente a base de arroz blanco y verduras; cuidan las huertas; se reúnen con psicólogos y psiquiatras y hacen terapias grupales; lavan a mano su ropa y luego la tienden al sol; muchos emplean parte de la tarde libre en hacer deporte; cenan, y a las 21:30 se apagan las luces.
Edgar, de 38 años, es uno de los pacientes del Centro para el Tratamiento y Rehabilitación de Drogas de Davao por una orden del Departamento de Justicia.
"Pasé solo tres años en prisión. Me atraparon en una zona conocida por el tráfico de drogas y, por suerte para mí, no llevaba nada encima. De lo contrario, me habría arriesgado a la cadena perpetua. Antes de salir de la cárcel me notificaron que tendría que pasar un tiempo aquí, y aquí estoy", indica.
Y continúa: "empecé a fumar marihuana cuando tenía 12 años. Poco después pasé al shaboo. Crea una adicción muy fuerte, mucho más que las otras drogas”.
“Además, se encuentra en todas partes y tiene un precio accesible para todos. Te hace sentir invencible y hace que te olvides de los problemas. Si empiezas no puedes parar sin la ayuda de alguien", añade.
"Este centro -concluye Edgar- es un instrumento, un medio a través del cual es posible cambiar de vida”.
“Depende de ti elegir si usarlo o no. Puedes quedarte aquí, estar seis meses o un poco más, fingir haberlo logrado y volver a la pésima vida que tenías antes. O puedes hacer como yo, seguir lo que te dicen que hagas y dar gracias a Dios porque este centro ya cambió muchas vidas", relata.