Islas Sulu, Filipinas, 1 Oct (Notimex).- Las Islas Sulu, en las Filipinas, son un archipiélago de 300 kilómetros de longitud que hace de puente entre las islas de Mindanao y Borneo. Sus habitantes, todos musulmanes, a menudo se sienten abandonados por las autoridades centrales debido a su ubicación geográfica.
Pero además del problema de la distancia, también tienen que lidiar con Abu Sayyaf, un grupo terrorista islámico afiliado al Estado Islámico muy asentado en este lugar. A pesar de su masiva militarización, el archipiélago es a menudo escenario de atentados y represalias. Además, en las Sulu también perviven las antiguas enemistades tribales, que todavía hoy provocan muchas víctimas.
Para llegar a las islas Sulu, que administrativamente dependen de la región de Mindanao, hay que embarcarse con la armada de las Filipinas desde la ciudad de Zamboanga. El trayecto, de cerca de 190 millas, dura por lo menos siete horas con el mar tranquilo.
En aguas poco profundas las embarcaciones de medianas y grandes dimensiones como la de la marina no pueden atracar, por lo que para bajar a tierra hay que esperar a los barcos de los pescadores, que les hacen el relevo.
En la orilla te recibe un numeroso ejército de marines armados hasta los dientes. "Es mejor no quedarse demasiado tiempo aquí en el abierto, los de Abu Sayyaf se esconden en las montañas pero tienen espías en todas partes", dice, preocupado, un soldado.
Abu Sayyaf es uno de los principales grupos paramilitares islámicos activos en las islas del sur de las Filipinas. Fundado a principios de la década de los 90, el grupo lucha desde hace casi 30 años contra el gobierno central de Manila, de mayoría católica. En el pasado los fondos para la creación del grupo provenían directamente de Al Qaeda.
El objetivo de la organización es instituir una entidad pan-islámica en el Sudeste Asiático, que incluya, en particular, la isla de Mindanao, las islas Sulu, Borneo, Malasia, Indonesia, las islas del mar Chino y la península de Malaca.
El grupo está establecido en el sur de las Filipinas y es conocido en el país y en el exterior por secuestros, decapitaciones, atentados con artefactos explosivos y extorsiones.
Una vez recibido el pase de la base central, el convoy terrestre finalmente puede salir. El camino recorrido, la vegetación y los medios de transporte utilizados por las fuerzas armadas filipinas recuerdan las viejas películas sobre la Guerra de Vietnam. El destino es el pueblo de Niangkaan, de 300 habitantes, uno de los más grandes del archipiélago.
La acogida, como en todas partes de la región, es muy cálida. "Bienvenidos -dice sonriendo Romielyn Pantasan, la jovencísima alcaldesa de Niangkaan-, hacía años que no recibíamos la visita de occidentales".
Niangkaan se podría definir como un pequeño paraíso. El tiempo pasa lentamente, el agua es cristalina, el clima es siempre templado, se vive en bonitos palafitos, se pesca y se crían crustáceos y mariscos en abundancia. Un paraíso, si no fuese por el terrorismo.
"Cuando están los marines -explica la alcaldesa-, los de Abu Sayyaf se quedan en esas montañas de allí, saben que arriesgan demasiado en enfrentamientos en campo abierto. Espían, sin embargo, y a menudo atacan a los militares incluso con atentados kamikaze".
Añade que "a lo largo de los años hemos tenido que enterrar a muchas víctimas, sobre todo civiles. Da mucha rabia todo esto, porque nosotros queremos la paz, nos gustaría simplemente llevar una vida tranquila, alimentarnos de los que nos da el mar, enviar a nuestros hijos a la escuela para que tengan una buena educación y se conviertan en mejores personas. Nada más".
Hasta ahora Abu Sayyaf ha demostrado ser un duro enemigo a derrotar para las fuerzas del orden filipinas. Sus pequeñas dimensiones y la red bien organizada en la que se basa son sus características fundamentales, junto con la base operativa escondida en la selva de las islas más meridionales de las Filipinas, desde donde es fácil asaltar los buques de carga.
Recientemente, junto con Maute, otra poderosa organización paramilitar islámica, ha jurado lealtad al Estado Islámico, del cual recibe recursos con los que financia sus actividades terroristas.
"La razón de un despliegue así de masivo de las fuerzas armadas -cuenta Rebie Relator, cirujano oftalmólogo- es la All-In-One Mission, una misión médica financiada por el gobierno y algunas organizaciones humanitarias de Zamboanga. Las autoridades quieren quedar bien y que no se verifiquen incidentes. El propósito de la misión es hacer todas las visitas oculares que podamos en los tres días de estancia aquí".
Explica: "Visitamos y el mismo día operamos. Normalmente se trata de cataratas. Los habitantes de Sulu, gente muy pobre, esperan con mucha expectación misiones como esta porque difícilmente podrían permitirse intervenciones en las islas mayores. Vienen de todos los pueblos cercanos. Oigo historias de personas que llegan a Niangkaan dos o tres días antes de nuestra llegada con la esperanza de ganarse la visita. Por desgracia, por cuestiones de tiempo, no siempre conseguimos visitarlos a todos".
El terrorismo y el aislamiento no son los únicos problemas a los que se enfrentan los habitantes del archipiélago de Sulu. En estas islas está en vigor el Rido, un método violento de resolución de conflictos entre familias rivales.
Se trata de un fenómeno todavía muy extendido que, además de provocar varias víctimas, comporta la parálisis de la ya frágil economía local y un gran número de personas desplazadas.
La chispa que desencadena estos delitos puede variar desde pequeños delitos, como robos o disputas por tierras, hasta crímenes más graves, como homicidios.
La proliferación de armas de fuego y la falta de fuerzas del orden en estas áreas contribuyen todavía más a la práctica de Rido. Son los ancianos, recorriendo al conocimiento local y a sus creencias los que ayudan a reparar las relaciones dañadas. No es raro que se pague dinero, para evitar sangre, a la hora de resolver el conflicto.
"Antes -dice en la sala de estar de su casa Juddin Pantasan, vicealcalde de Niakgkaan y padre de Romielyn-, cuando llegaban a la adolescencia, a los hombres se les entregaba un arma, un rifle. A las chicas, en cambio, les daban joyas de oro. Esto pasaba hace 20 o 30 años, antes de que llegase un verdadero desarrollo aquí, cuando aún no había carreteras ni escuelas".
"Hoy en día las cosas en parte han cambiado: los padres a los chicos les compran una moto, y a las chicas todavía joyas. La cultura local era que si no tenías un arma no eras fuerte, era solo una herramienta de defensa. Si no estabas armado, alguien vendría a robártelo todo y te hubieras quedado pobre. Ya no tenemos los muertos de entonces, pero el Rido sigue sobreviviendo y estoy seguro de que será así durante muchos años", dice.
Abu Sayyaf, el feroz grupo que asola las islas de Filipinas
01
de Octubre
de
2017
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