Bruselas, 29 Dic (Notimex).- Bélgica vivió en 2016 el año más negro de su historia reciente tocada en el corazón por un doble atentado terrorista que causó la muerte de 34 personas, dejó más de 350 heridos y sumió al país en un estado de constante incertidumbre.
Eran las ocho de la mañana de un martes ordinario cuando las primeras informaciones sobre una explosión en el aeropuerto internacional de Zaventem, ubicado en la periferia de Bruselas, empezaron a circular.
A pocos días de las vacaciones escolares de Semana Santa, en ese martes 22 de marzo la terminal aérea estaba llena de jóvenes, familias y trabajadores expatriados que se apresuraban a volver a casa.
Las imágenes de cientos de personas despavoridas abandonando las instalaciones del aeropuerto, algunas de ellas cubiertas de un polvo gris o de sangre, otras cargadas en brazos, no tardaron en ser transmitidas en televisión o internet.
En sus primeras declaraciones, la policía informó sobre dos explosiones sucesivas en la terminal de registros y refería sobre la sospecha de un ataque terrorista.
Más tarde se conoció que las detonaciones fueron causadas por dos terroristas suicidas y que un tercero debería haber estallado una carga aún más potente, pero huyó del lugar sin hacerlo, por un motivo hasta hoy desconocido.
Cerca de una hora más tarde, un cuarto terrorista se hacía estallar en un metro que se alistaba a salir de la estación Maelbeek, a 500 metros de los edificios que albergan a las instituciones de la Unión Europea.
“Aconteció lo que temíamos”, anunció el primer ministro belga Charles Michel, en la red nacional de televisión luego de los sucesos, admitiendo que los atentados no fueron una sorpresa del todo.
El país ya estaba bajo tensión desde noviembre de 2015, cuando se conoció que los terroristas que venían de atacar París, Francia, miembros del grupo yihadista Estado Islámico (EI), se habían afincado en Bruselas con la ayuda de habitantes locales y planeaba atentar también en esa ciudad.
En las semanas que siguieron a los atentados, la policía logró identificar a los autores del ataque y efectuó una serie de registros y detenciones que permitieron elucidar su modo operatorio.
Sin embargo, no se ha podido descartar que la amenaza siga planeando sobre Bélgica, país europeo con mayor número de ciudadanos entre las filas del EI en proporción a su población y reconocida base de operaciones del grupo.
Por dos meses la capital belga ha permanecido bajo seguridad reforzada.
Las principales estaciones de metro tenían apenas una entrada funcional, donde militares revisaban bolsas y mochilas de todos los usuarios; las escuelas mantenían las puertas cerradas con llave; los aeropuertos tenían acceso restringido a pasajeros con boletos.
Las medidas excepcionales no se han mantenido más allá y en junio pasado la vida ya había recuperado su ritmo, aunque punteada por patrullas militares en los lugares más transitados.
Aún así, la tensión sigue palpable y los alertas por posible atentado son casi diario.
En abril, a vísperas de la celebración de la fiesta nacional belga, un joven iraní que medía radiaciones en el centro de Bruselas, como parte de su estudio de Doctorado, pasó la mitad del día pegado contra el suelo, bajo la mira de fusiles del servicio especial de policía.
Vestido en pleno verano con una chamarra negra de la cual colgaban hilos, el estudiante fue confundido con un terrorista suicida.
Al día siguiente, vecinos llamaron a la policía para investigar un grupo de jóvenes que circulaba por el barrio en un taxi con ventanas tapadas con papel y se probó que era un equipo de cine en pleno rodaje.
“En el contexto actual, es normal e incluso está bien el exceso de precaución. Nos tomamos todas las llamadas muy en serio. Casi siempre no es nada. Pero alguna vez será cierto y no podemos arriesgar que pase”, dijo el fiscal antiterrorista Frédéric Van Leeuw.
El 2016, considerado un año en que el terror tocó a Bélgica
29
de Diciembre
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2016
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