María Hernández Torres tiene 21 años y se dedica al trabajo doméstico, tanto ajeno como en su propia casa, por lo que todos los días a las 5:30 de la mañana debe de estar en la vivienda donde trabaja y, al terminar, debe trasladarse a la suya para atender a sus dos hijos, aunque en unos cuantos meses serán tres.
Cuando su hermano Juan Hernández Torres le dijo que se iba a Estados Unidos, ella tenía apenas 10 años, la esperanza de todos es que con el dinero que él obtuviera, María y sus hermanas estudiarían.
Pero ella y su familia, en la frontera de Guatemala con México, se quedaron esperando volver a saber del hermano mayor, el sustento de la familia, quien se convirtió en uno más de los desaparecidos al momento de migrar.
María solo tuvo recursos para estudiar hasta tercero de primaria, pero fue suficiente para aprender el español que ahora combina con su lengua chuj y los escasos conocimientos de otras lenguas indígenas que habla su mamá.
Ella, desde que su hermano desapareció, sabía que tenía que comenzar a buscar, pero desconocía la forma en que lo podía hacer. Por eso hace siete meses cuando les contaron de una organización que les podía ayudar no dudó.
"Desde que era una niña tuve la decisión de que algún día podía ir a buscar a mi hermano y darle la felicidad a mi mamá porque ella se siente triste (…) mi papá participó una vez y como no podía seguir él se quería salir y yo le dije 'si no puedes, yo puedo'", contó.
El Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial (ECAP) la involucró con la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos y ahora María recorre México, grita, alza la voz.
En los siete meses que se ha involucrado en el activismo ha conocido del tema de la migración y ahora busca seguirse preparando para intentar hacer un cambio en la materia, sin perder su objetivo inicial: encontrar a su hermano y al resto de las personas desaparecidas.
"Cuando estoy en mi casa estoy viendo a mi familia, a mi mamá llorando y mis hermanas tristes, me hace sentir demasiado triste, pero cuando salgo, en las reuniones que yo hago ahí se ríen, se divierten, aprende muchas cosas, me ha hecho sentir bien", narró.
María se siente cómoda usando sus idiomas para comunicarse con las personas de su región que va encontrando en el camino, preguntarles por su vida y sus necesidades, pedirles ayuda en la búsqueda. Pero también lo hace frente a las cámaras de medios de comunicación internacionales para denunciar las injusticias que se viven en su país de origen y en México.
Ahora forma parte de una red internacional de mujeres que buscan migrantes desaparecidos, que agrupa personas de diversas partes del mundo. Sus conocimientos podrán ser compartidos con personas de Senegal o Túnez, por ejemplo, y ella aprenderá de las demás.
Su historia es muy similar a otras mujeres que conforman la Caravana y que se han empoderado para hacer la búsqueda, que continuamente denuncian, deberían hacer las autoridades.
Marcela Melchor Ramos es otra de las buscadoras. En su lucha por encontrar a su hermana Isabel, desaparecida hace 10 años, ha convertido el dolor en el trabajo organizado entre mujeres que siempre ha perseguido.
Ella también es de Guatemala, de San Pablo perteneciente al municipio de Ixcán; habla achí, pero aprendió español para comunicarse con su ahora esposo.
Durante años trabajó con organizaciones de mujeres como la de víctimas de los ochentas en su tierra natal o el mercado de comida que ahora dirige y que dejó un par de semanas para poder viajar a México.
Hace seis años era líder de su pueblo (alcaldesa le llaman, aunque depende del alcalde del municipio) por lo que la historia de su hermana era conocida por muchas personas y alguien la invitó a unirse a los grupos de búsqueda.
"Nos abrieron las puertas y seguimos metiéndonos y metiéndonos (…) ahorita que estamos reunidas como madres nos sentimos unidas, siento que me están levantando el ánimo de salir adelante y nos sentimos felices, pero hay momentos donde nos tocan el corazón", afirmó.