La Habana, febrero (SEMlac). Tres características esenciales podrían resumir un perfil de las personas que se dedican a las tareas de cuidado en Cuba: son generalmente mujeres, tienen entre 25 y 59 años y muchas han renunciado a sus empleos para quedarse en casa a cargo de familiares dependientes.
"El cuidado en Cuba tiene rostro de mujer: una mujer con niveles educativos altos y edades ideales para desarrollar proyectos de vida y profesionales que, en no pocas ocasiones, se ven frustrados por el ejercicio de este tipo de trabajo", detalla a SEMlac Yelene Palmero, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer (Cem), de la Federación de Mujeres Cubanas (Fmc).
La realidad cubana no difiere mucho del contexto regional. Datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) precisan que las mujeres dedican más del doble de tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados que los hombres, una situación agravada tras la pandemia de covid-19 y que aún persiste.
Si bien se ha visto alguna recuperación, no se ha logrado cerrar la brecha de género: una de cada dos mujeres está fuera del empleo frente a solo uno de cada cuatro hombres, precisa Cepal en su nota informativa "La sociedad del cuidado, un horizonte para una recuperación sostenible con igualdad de género".
Alejandra García, periodista habanera de 30 años, cuida a su abuela Mirta, de 90, desde los inicios de la pandemia de covid-19. La flexibilidad de poder trabajar desde casa le ha permitido mantener el empleo; pero, a nivel personal, se ha visto obligada a buscar múltiples estrategias de adaptación.
"Ha sido un proceso muy lindo, pero también muy agotador. Cuando comencé a cuidarla a tiempo total, ella ya era muy mayor y tenía enfermedades complicadas como el Alzheimer. La pandemia supuso una condición emocional muy fuerte para mí, solitas en la casa, ella recuperándose de una fractura de cadera, sin transporte ni posibilidades de tener ayuda", narra García a SEMlac.
Después del confinamiento, García tuvo que cambiar de estrategia y buscar apoyo externo, pues la vida regresaba poco a poco a la presencialidad.
"Mi abuela había noches que dormía, pero otras no y yo necesitaba tener más concentración para poder trabajar. He tenido que apoyarme en unas cuidadoras y esa es otra parte de los cuidados de un ser querido también muy difícil: encontrar a alguien que tenga tu misma dedicación", reflexiona.
Como bien sabe García, el cuidado continuado también provoca estrés y, a menudo, impacta la autoestima de las personas que lo ejercen.
"Necesitaba realizarme profesionalmente y no sentir que mi razón de ser es única y exclusivamente estar con mi abuela; también tener un poco de alivio emocional. Es muy agotador ver el proceso de envejecimiento diario de un ser querido", agrega.
Escenario complejo
Una fecundidad muy baja frente a una mortalidad en ascenso y un saldo migratorio externo negativo han configurado, desde hace años, un avanzado envejecimiento demográfico en el país. A fines de 2023 la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei) estimó que alrededor de 22,7 por ciento de la población cubana tenía 60 años o más.
"Ello se traduce, a corto y mediano plazo, en una mayor demanda de cuidados y de servicios de apoyo al hogar y las familias para este grupo poblacional", asevera Palmero, también integrante de la Red Cubana de Estudios sobre Cuidados.
Sin embargo, el crecimiento de la población adulta mayor no ha estado acompañado de un incremento de instituciones como las casas de abuelos o los hogares de ancianos, lo que ha significado "el desplazamiento de responsabilidades estatales hacia las familias", valora la investigadora.
Si bien la fecundidad ha disminuido, tampoco es suficiente la cobertura estatal para los cuidados de niñas y niños. Mientras, "las ofertas de estos servicios que han aparecido asociadas a formas de gestión no estatal tampoco cubren las demandas, sobre todo por sus altos costos, no accesibles para la mayoría de las familias", evalúa Palmero.
En contraste, las familias cubanas son cada vez más pequeñas y ha crecido el número de mujeres "jefas de hogares": si en 2015 representaban 46,2 por ciento del total, ya en 2020 habían llegado a 48,4 por ciento.
"Las pautas y normas culturales tradicionales y la división sexual del trabajo han impuesto una organización social de los cuidados donde la responsabilidad femenina es casi exclusiva, tanto en el espacio público como en el doméstico o familiar, y lo mismo de manera remunerada que no remunerada", reflexiona la especialista.
Las investigaciones confirman esa naturalización de la mujer como cuidadora. Cerca del 57 por ciento de la población cubana mayor de 50 años prefiere, en caso de necesitar cuidados, que estos sean ofrecidos por mujeres. Solo poco más del cinco por ciento elegiría a un hombre como cuidador, según la Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población (Enep), realizada en 2017 por la Onei.
Los economistas Silvia Odriozola Guitart y Juan Carlo Imbert Mayola, "la persistencia del patrón tradicional de división sexual del trabajo, en un contexto de familiarización de los cuidados, provoca una zona de conflicto", alertan en su investigación "Desafíos para el cuidado de adultos mayores en Cuba. Una visión desde la economía del cuidado", publicada en 2021.
A su juicio, esto pone de manifiesto la necesidad de continuar avanzando en la sensibilización y capacitación en materia de género de decisores e implementadores de políticas y programas sociales.
Otras realidades tras los números
Según la Encuesta Nacional de Igualdad de Género de 2016, de las 19.189 personas entrevistadas, 964 declararon que habían abandonado sus empleos para dedicarse al cuidado: 802 eran mujeres y solo 162 eran hombres.
Un año después, la ya citada Enep 2017 confirmó la tendencia. Cuatro de cada 10 mujeres mayores de 50 años manifestaron haber abandonado su vínculo laboral por una causa diferente a la jubilación. El 26,3 por ciento dijo que se debía a la "necesidad de proveer cuidado".
Según Palmero, el abandono de los trabajos "pagados" limita la posibilidad de contar con ingresos propios, lo que va en detrimento de la autonomía personal y económica.
En contraste, estadísticas más actuales confirman que las cubanas constituyen el 41,9 por ciento del total de las personas desocupadas en el país, según la Encuesta Nacional de Ocupación realizada en 2022 por la Onei. Ellas son solo 38,2 por ciento de las personas ocupadas y 45,8 por ciento de quienes se desempeñan en el sector estatal.
En tanto, las que sí tienen empleo tienden a desempeñar mayormente actividades y servicios que reproducen la división sexual del trabajo. O sea, se concentran en sectores donde reproducen labores de cuidado, como la salud pública y la asistencia social (67,3%) o la educación (67,1%), por solo citar algunos ejemplos.
Para Palmero, "resulta alarmante que 63,7 por ciento del total de la población no económicamente activa en el país sean mujeres".
Más del 30 por ciento "se ocupa exclusivamente de los 'quehaceres del hogar', con mayor incidencia en la zona rural, donde 42,9 por ciento realiza trabajos domésticos y de cuidados por los cuales no recibe pagos", analiza la especialista del Cem.
Por si fuera poco, las cubanas, además, dedican 14 horas más que los hombres a las labores de sus hogares, según la ya citada Encuesta Nacional de Igualdad de Género.
La brecha no se refiere únicamente al esfuerzo físico, sino también al desgaste psicológico. Según esa indagación de 2016, ellas dedican más de 21 horas semanales a planificar y preparar las comidas o la higiene de ropas y viviendas, mientras los hombres emplean menos de la mitad del tiempo en esas mismas tareas.
Desde sus redes sociales, Alejandra García ha llamado más de una vez a "no romantizar" las labores de cuidado.
"Detrás de cada abuela recién bañada, perfumada y entalcada, hay una persona que malamente se ha peinado y que luego de sentarla en el sillón con su bata de flores, tiene que ponerse a planificar las comidas y meriendas del día, cambiar sábanas, toallas, fundas, pensar su próximo artículo… Es una doble o triple jornada laboral…", publicó en su perfil de Facebook.