México, 21 Mar (Notimex).- Sin importar la edad y el cansancio acumulado de más de 50 años de trabajo y más de 70 a cuestas, Magdalena despierta antes que el sol para salir de su casa en los Reyes La Paz, en el estado de México, y llegar a tiempo a las oficinas de la colonia Roma para emprender, como todos los días, las labores de limpieza en un edificio.
Su trabajo comienza a las 07:00 de la mañana. Apenas llega se pone su uniforme y con la rapidez que su cuerpo le permite toma una cubeta, la jerga y un trapo para darse prisa.
Le gusta que el lugar esté casi listo cuando los empleados de empresa llegan a trabajar.
Originaria de Mérida, Yucatán, Magdalena recordó que las agresiones verbales y los golpes del hombre que con ilusión eligió como compañero de vida cambiaron sus sueños por pesadillas.
Con apenas el tercer año de primaria, vender quesadillas fue el primer oficio que encontró. Para la mujer lo importante era llevar algo de dinero a su casa y dar de comer a sus hijos.
Ante el panorama que le daba la vida, mandar a sus dos varones a la escuela se convirtió en algo difícil. La lucha constante entre las agresiones y golpes que recibía todos los días en su casa y los malos tratos de su patrona hacían en muchas ocasiones decaer los ánimos.
Sentada en una silla dentro de una reducida bodega, la trabajadora de la limpieza comentó: “Ver a mis hijos me daba fuerza para seguir en la pelea, pero el destino, la vida o no sé quién, ya me preparaba otro golpe”.
De pronto, entrelaza sus dedos con fuerza, al tiempo fija la vista en sus manos arrugadas por el paso de los años y el excesivo trabajo, mira hacia el techo y agrega: “Un día, una de mis hermanas llegó a mi casa para llevarse a mi niño más grande a Mérida (en ese tiempo tenía siete años) para que cuidara y sirviera de compañía a mi madre enferma, así que dejé que se fuera”.
Ante la precaria situación económica, dijo con sentimiento de culpa “lo extraño y extrañé mucho, pero el que se fuera fue una especie de ayuda a su situación económica, porque ya no tenía que pagarle a quien se lo cuidaba cuando salía a trabajar.
Esto afianzaba cada vez más la idea de dejar a su esposo; la vida lejos de él, sin duda, sería mejor.
Pero hace 20 años, la muerte fue su salvación y llegó a su hogar para llevarse al hombre que durante tantos años la había mantenido en una película de terror, donde la víctima y la protagonista fue Magdalena.
Acostumbrada a los trabajos duros y siempre con la idea de no depender de nadie, la mujer encontró trabajo en empresas de limpieza a su más de 70 años de edad.
Y convencida de que no puede obligar a sus hijos a que le ayuden, o que le den dinero, ella se levanta todas las mañanas antes que el sol para llegar a su trabajo en punto de las 07:00 de la mañana, y si la suerte la acompaña, llegar a su casa, ubicada en la zona conurbada de la Ciudad de México, a las 22:30 de la noche.
Su trabajo comienza a las 07:00 de la mañana. Apenas llega se pone su uniforme y con la rapidez que su cuerpo le permite toma una cubeta, la jerga y un trapo para darse prisa.
Le gusta que el lugar esté casi listo cuando los empleados de empresa llegan a trabajar.
Originaria de Mérida, Yucatán, Magdalena recordó que las agresiones verbales y los golpes del hombre que con ilusión eligió como compañero de vida cambiaron sus sueños por pesadillas.
“Cuando me casé yo sí quería mucho a mi esposo, pero eso no duró mucho tiempo, porque casi enseguida empezó a tomar, a maltratarme, a golpearme, a no darme ni para que comiéramos los niños y yo”, recuerda.
Con apenas el tercer año de primaria, vender quesadillas fue el primer oficio que encontró. Para la mujer lo importante era llevar algo de dinero a su casa y dar de comer a sus hijos.
Ante el panorama que le daba la vida, mandar a sus dos varones a la escuela se convirtió en algo difícil. La lucha constante entre las agresiones y golpes que recibía todos los días en su casa y los malos tratos de su patrona hacían en muchas ocasiones decaer los ánimos.
Sentada en una silla dentro de una reducida bodega, la trabajadora de la limpieza comentó: “Ver a mis hijos me daba fuerza para seguir en la pelea, pero el destino, la vida o no sé quién, ya me preparaba otro golpe”.
De pronto, entrelaza sus dedos con fuerza, al tiempo fija la vista en sus manos arrugadas por el paso de los años y el excesivo trabajo, mira hacia el techo y agrega: “Un día, una de mis hermanas llegó a mi casa para llevarse a mi niño más grande a Mérida (en ese tiempo tenía siete años) para que cuidara y sirviera de compañía a mi madre enferma, así que dejé que se fuera”.
Ante la precaria situación económica, dijo con sentimiento de culpa “lo extraño y extrañé mucho, pero el que se fuera fue una especie de ayuda a su situación económica, porque ya no tenía que pagarle a quien se lo cuidaba cuando salía a trabajar.
"Aquí la situación dejó un hueco en mi corazón, pero la vida no cambió, y desde que amanecía y hasta que anochecía los golpes no dejaban de ser parte de mi vida diaria", refiere con tristeza.
Esto afianzaba cada vez más la idea de dejar a su esposo; la vida lejos de él, sin duda, sería mejor.
Pero hace 20 años, la muerte fue su salvación y llegó a su hogar para llevarse al hombre que durante tantos años la había mantenido en una película de terror, donde la víctima y la protagonista fue Magdalena.
Acostumbrada a los trabajos duros y siempre con la idea de no depender de nadie, la mujer encontró trabajo en empresas de limpieza a su más de 70 años de edad.
Y convencida de que no puede obligar a sus hijos a que le ayuden, o que le den dinero, ella se levanta todas las mañanas antes que el sol para llegar a su trabajo en punto de las 07:00 de la mañana, y si la suerte la acompaña, llegar a su casa, ubicada en la zona conurbada de la Ciudad de México, a las 22:30 de la noche.