Esta es la historia de una mujer indígena que se dedica al trabajo del hogar remunerado en México. Se trata de Antonia, cuyas condiciones de explotación laboral la sumieron en la miseria en su natal Chiapas (estado con la mayor población en pobreza del país), y al mismo tiempo su entereza la llevó a transformarse en defensora de los Derechos Humanos (DH) laborales.
Antonia López Méndez, indígena de Los Altos de Chiapas, relata su historia con el menor de sus siete hijos a cuestas, envuelto en un rebozo. Dice estar contenta de participar en la cuarta reunión de la Coordinadora Nacional de Defensoras de DH Laborales, a cargo de la organización Proyecto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ProDESC), cuyo objetivo es la reflexión y articulación de trabajadoras de la maquila, agrícolas, migrantes y del hogar.
Antonia se congratula de haberse dado el tiempo, de quitarse el miedo de conocer otra forma de vida, de acercarse a grupos de la sociedad civil, “para ser tratada como compañera de trabajo, no como empleada”, y de alzar la voz por sus demás compañeras trabajadoras del hogar, que por sus condiciones no pudieron participar en el encuentro.
Vino desde San Cristóbal de las Casas, Chiapas, hasta esta capital en representación del Colectivo Empleadas Domésticas de Los Altos de Chiapas, que promueve las garantías laborales de estas trabajadoras.
Las mujeres de las comunidades indígenas en la entidad chiapaneca se dedican al trabajo del hogar en las ciudades del estado, a donde emigran porque las tierras para trabajar el campo no les pertenecen; ésas se las heredan nada más a los hijos varones, cuenta. Las mujeres emigran desde muy jóvenes.
De los 2.2 millones de personas que se dedican al trabajo del hogar en México, casi en su totalidad mujeres, 55 por ciento son residentes de zonas no urbanizadas, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Antonia dejó su casa a los 12 años de edad porque no conoció a su mamá, sus abuelos murieron y su padre era alcohólico. Pasó 30 años trabajando en casas, cobrando poco, laborando todo el día y comiendo sobras. Enfrentó despidos injustificados, discriminación y abusos.
Pese al desgaste, eso que tiene “de no dejarse de nadie” la motivó a conocer sobre sus derechos y, de paso, a enseñárselos a otras trabajadoras del hogar. Algunas de ellas ganan apenas 25 pesos al día, trabajan hasta 12 horas (peor que las de planta, lamenta Antonia), y comen limitadamente.
Se suma que, al menos en San Cristóbal, las y los empleadores solicitan trabajadoras de 18 y hasta 25 años de edad. “¿Pero luego qué pasa con las demás?”, cuestiona la mujer. “No se ponen a pensar los patrones que las mayores tenemos experiencia de trabajo”, criticó.
Con mucho esfuerzo, Antonia y su esposo (albañil y músico) consiguieron un terreno y construyeron un espacio para vivir en San Cristóbal. Dieron educación a sus hijas e hijos para evitar que vivieran la explotación que ella enfrentó.
Sin embargo, reconoció, cómo impedir que los hijos menores de 18 años trabajen si al papá y a la mamá que ganan el salario mínimo no les alcanza para nada.
De acuerdo con la Ley Federal de Trabajo, las empleadas del hogar deben descansar como mínimo nueve horas por la noche y dos por el día, lo que equivale a permitir que trabajen durante 13 horas seguidas. Esta norma establece que la comida y el hospedaje forman parte de la remuneración de una trabajadora del hogar.
Antonia decidió dejar el trabajo del hogar para apoyar a una organización “que sí respeta mis derechos, y que me ve como compañera de trabajo y no como empleada”. Da talleres y capacitaciones sobre sus derechos y sus obligaciones.
“Es como yo busqué un camino para sobrevivir y no entré a un vicio, como mi papá que fue alcohólico, pero por ser huérfana me di fuerza de buscar un camino que sea bueno”, explicó.
En esta nueva etapa también hay obstáculos: las mujeres no tienen tiempo por su trabajo para ir a las capacitaciones. “Cuando sólo trabajamos en casa no nos damos cuenta de cómo están trabajando otras organizaciones”, advierte.
Además, aunque los patrones (a quienes ellas mismas han concientizado sobre la importancia de sus derechos) saben sobre sus garantías, les cuesta mucho trabajo respetarlos, pero “si un patrón está concientizado será más fácil negociar”, aseguró la mujer.
Antonia considera que su vida sería muy diferente si no hubiera conocido sobre sus derechos, si no se hubiera acercado a las organizaciones civiles, por eso ahora está feliz de convivir con otras activistas de otros sectores que están trabajando por mejorar sus condiciones de vida. “Vamos aprendiendo sus experiencias de cómo caminar en la organización”.
También está convencida de que defender sus derechos será una enseñanza de por vida para sus nietos y sus hijas, quienes al principio no querían saber nada de su trabajo como promotora de DH, pero tras padecer en carne propia la explotación decidieron también ser defensoras.
Desde Chiapas, el Colectivo Empleadas Domésticas de Los Altos de Chiapas trabaja en red con otras organizaciones de trabajadoras del hogar, por ejemplo en Morelos, que en conjunto exigen al gobierno federal que ratifique el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) –sobre seguridad social y prestaciones para ellas–, y que pese a las promesas del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el Ejecutivo federal no ha querido ratificar por “los costos económicos” que esto traería.
Antonia considera que mientras el gobierno federal no quiera reconocer a las trabajadoras del hogar a través de la ratificación del Convenio, sus condiciones de trabajo van a seguir igual, por lo que, observa, el desprecio a su trabajo viene desde las mismas autoridades.
Antonia quiso que sus hijas estudiaran porque a ella nadie le dio esa oportunidad en la infancia, pero ahora ya terminó la primaria y la secundaria para adultos. Va por la preparatoria.
Contexto de pobreza no impidió a Antonia defender sus derechos
07
de Junio
de
2016
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