Mali, una “opción” para los sirios que buscan estatus como refugiados

05 de Abril de 2016
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comunidad de refugiados de Siria, Mali.
comunidad de refugiados de Siria, Mali.
Bamako, Mali, 5 Abr (Notimex).- En los últimos años las conmovedoras imágenes de refugiados sirios huyendo de la guerra y del Estado Islámico han sacudido la opinión pública. De hecho, se ha vuelto difícil, por no decir imposible, hojear un periódico o ver un telediario en el que no se hable de la crisis de Siria.

Los medios de comunicación nos han acostumbrado a seguir el flujo migratorio de los sirios, a través de Turquía y los Balcanes para llegar a Europa Occidental o desde las costas de Turquía hasta Libia y de allí a la isla italiana de Lampedusa.

Pero mientras que para frenar el éxodo desde Medio Oriente, Europa alza muros con alambre de púas y refuerza los controles en el mar, hay un país lejano e inestable debido al terrorismo yihadista en el que se está formando poco a poco una gran comunidad de refugiados de Siria: Mali.

Cuando se levanta un muro siempre se encuentra una manera de saltarlo. Este parece ser el lema de los aproximadamente 100 sirios que actualmente viven en Bamako, la capital de Mali.

Son casi todos originarios de Kobane, la ciudad del Kurdistán sirio que hace poco menos de dos años había acabado en el punto de mira de la prensa internacional como bastión de la resistencia del pueblo kurdo en contra de la violencia despiadada de Daesh (el acrónimo árabe de Dawlat al-Islamiyya fi al-Iraq wa s-Sham, como también se llama el Estado Islámico).

Su particular fuga comportaba un viaje mucho más largo que el de las decenas de miles de compatriotas suyos que eligieron los caminos “clásicos” para llegar a Europa. Muchos de ellos están en Bamako desde que comenzó la guerra; llegaron en avión desde Turquía con un visado ordinario. Una vez allí obtuvieron, sin mucha dificultad, el estatus de refugiados.

“Incluso antes de la guerra había algunos sirios que vivían en Mali y Burkina Faso. Con el estallido de la guerra no les fue difícil solicitar asilo y obtener el estatus de refugiados”, dijo Guernas Guy-Rufin, un funcionario del ACNUR en Bamako.

“A ellos se unieron luego los que llegaron durante la guerra. Las últimas llegadas son de hace unas semanas. Hoy en día hay 82 refugiados sirios en Mali. Normalmente los sirios van primero a Mauritania, un país que tiene un acuerdo de libre circulación con Siria”, añadió.

Agregó que “de ahí tratan de llegar a Marruecos y luego, por mar, a España, pero ahora los controles fronterizos son tan férreos que es imposible pasar. Por lo tanto, prefieren optar por Mali, donde saben que pueden ser reconocidos como refugiados y por lo tanto no ser deportados”.

“Las solicitudes de asilo nos llegan del ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados); las examinamos y luego las mandamos a la Comisión Nacional para los Refugiados de Mali”, puntualizó Guy-Rufin.

Y añade: “Pero en Mali la vida no es fácil, por lo que a menudo sucede que los sirios prueban suerte a través de Gao (una ciudad del norte del país), una etapa imprescindible para llegar a Argelia y luego a Libia, desde donde pueden intentar llegar a Europa”.

Contó también que “los que se quedan en Bamako, sin dinero y sin trabajo, sobreviven gracias a la ayuda de compatriotas suyos que están establecidos en Malí desde hace más tiempo. Lo sé, parece absurdo: tenemos gente que huye de un país en guerra para encontrar refugio en un país inestable a causa de la presencia yihadista”.

Por lo tanto, dice, “nos enfrentamos a dos fenómenos: sirios que una vez que obtienen el estatus de refugiados deciden quedarse en Mali y sirios que, sin embargo, no habiéndolo obtenido todavía, vuelven a emigrar y esperan encontrar asilo en otro país, tal vez en Europa”.

Los sirios de Bamako, tanto los refugiados como los inmigrantes, viven en el remoto y polvoriento barrio de Faladié. Son casi todos curdos de Kobane y están particularmente orgullosos de sus orígenes. De hecho, no hay una casa que no tenga a la vista la bandera del Kurdistán, una bandera roja, blanca y verde que tiene en el centro un sol de un amarillo brillante.

Han gastado todos sus ahorros para pagar el alquiler de casas modestas pero bien cuidadas. Son muy pocos los que se pueden permitir un aparato de aire acondicionado, el único aliado verdadero contra el asfixiante calor de los países de la región del Sahel.

Aladdin Mohamad, de 41 años, es el jefe de la comunidad siria en Mali. Desde hace más de 10 años vive en Bamako, donde montó una pequeña empresa especializada en la excavación de pozos.

Desde que comenzó la guerra en Siria, en 2011, Aladdin se ha convertido en una referencia para sus compatriotas. Dadas las dificultades de los sirios para llegar a Europa y la trágica vida que llevan en los campos de refugiados en los países vecinos a Siria, como el Líbano, Jordania y Turquía, Aladdin animó a sus conciudadanos de Kobane para que fueran a Mali.

“Lo sé, Mali no es Alemania o Suecia. Pero aquí al menos no corremos el riesgo de ser asesinados violentamente por Daesh o Al-Assad. Aquí estamos a salvo. Antes obtener el visado para llegar a Mali era más simple, se podía pedir directamente en el aeropuerto. Ahora es un poco más difícil, pero no imposible. Gracias a mis contactos, ayudo a mis compatriotas a solicitar asilo”, señala.

Y continúa: “Estamos agradecidos a los malienses porque son buenas personas. Mali no es como otros lugares en el mundo en los que apenas oyen que eres sirio piensan que eres un rebelde o un terrorista. Pero aquí tenemos varios problemas”.

Por ejemplo -refiere- con la escuela: “Nuestros niños no hablan francés ni bambará (idioma hablado en la mayoría de los países de África Occidental), y el sistema educativo maliense es diferente del de Siria. Los alquileres son carísimos, y lo mismo pasa con la comida. Hay muchas diferencias entre este país y el nuestro, y es por eso por lo que muchos de mis compatriotas que aún no han obtenido los documentos de refugiados arriesgan sus vidas yendo hacia Europa a través de Argelia y Libia”.

Sadiq Ousman, de 59 años, llegó a Bamako con su familia, esposa y tres hijos, hace casi cinco años. En poco tiempo él y sus seres queridos obtuvieron el estatus de refugiados. Sadiq ha invertido todos sus ahorros en los billetes de avión desde Turquía hasta Mali y en los primeros meses de alquiler de su nueva casa.

En Kobane tenía una pequeña granja, pero en la capital de Mali no encuentra trabajo. Se las arregla para mantener a la familia gracias a las pequeñas cantidades de dinero que sus parientes lejanos le envían desde Canadá y a la solidaridad de sus compatriotas en Mali.

“En Kobane acababa de construir una casa de dos pisos, pero por culpa de la guerra tuvimos que abandonarla. Gracias a algunos de mis contactos que siguen en Kobane supe que mi casa había sido ocupada por los de Daesh, por esos locos con corazón negro”, enfatiza.

Luego -sigue Ousman con el relato-, “cuando me dijeron que había sido arrasada por un bombardeo estadunidense, di un suspiro de alivio. Mejor destruida que en manos de Daesh. Si esos son buenos musulmanes, entonces yo ya no soy musulmán. Sueño con poder llevar a mi familia a Canadá, ahí se está bien. Aquí no hay trabajo, sólo calor y malaria. Estamos a salvo, es cierto, pero esto no es vida. Estoy tan desesperado que si tuviera el dinero tomaría el camino del desierto de Libia”.

Y repite, con los dientes apretados, lo que para los kurdos-sirios de Bamako se ha convertido en un mantra: “No podremos olvidar nunca Kobane. A pesar de que sólo quedara tierra quemada, volveremos, volveremos. Todos estamos seguros de que tarde o temprano volveremos”.

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