Ecos a 100 años de distancia

20 de Enero de 2016
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Los ecos del pasado se mezclaron con las voces del presente. La historia nomás da vueltas, diría Úrsula Buendía en “Cien años de soledad”.

El pasado 13 de enero se conmemoraron 100 años del Primer Congreso Feminista de Yucatán que, de hecho, fue el primero en México y el segundo en América Latina, después del de Argentina en 1910.

La conmemoración incluyó la inscripción, en el Congreso del estado, del nombre de Elvia Carrillo Puerto en letras doradas. Fue la primera mujer en tener tal distinción. Y me pregunto ¿por qué en la sede del Primer Congreso Feminista se tardaron 100 años en reconocer a una mujer?

Asimismo, en el Teatro Peón Contreras, donde se llevó a cabo la histórica reunión, se presentaron varias conferencias. Pero las organizaciones civiles fueron excluidas. A varias distinguidas activistas, como Sandra Peniche, no se les permitió el paso al Peón Contreras. Y aunque organizaron eventos paralelos, ninguno pudo llevarse a cabo en ese emblemático teatro.

De entre las conferencias, una me trajo ecos del pasado. La ponente dedicó 20 minutos a recordarnos el papel asignado desde la Edad Media. Habló del “esencial” papel de las mujeres como sostén del hogar, pilar de la familia y “báculo de nuestros padres en la ancianidad”. Ni una palabra sobre la corresponsabilidad de las tareas de cuidado con los hombres. Ni una frase sobre la responsabilidad del Estado.

Mientras oía su discurso recordaba a Rosario Castellanos preguntar: ¿No habrá otra manera de ser humana y libre? Pero, como sucedió en 1916, ahí estaban también las voces de mujeres que apuestan por la igualdad para tener una mejor sociedad.

Ahí estaba la voz de la política Dulce María Sauri, quien hizo un llamado a pensar, reflexionar, cuestionar, combatir la causa de la exclusión de las mujeres y las niñas; y afirmó que “sólo mujeres y hombres comprometidos con los Derechos Humanos pueden poner un coto al oscurantismo y trabajar en favor de las mujeres del siglo XXI”.

Ahí estaba también la voz de la historiadora Ana Lau, quien señaló que el “deber ser femenino” sigue vigente, pero igualmente el poder subversivo de las feministas, quienes han logrado cada derecho reconocido.

Ahí estaba la voz de la senadora Angélica de la Peña, quien honró la memoria de Gisela Mota, y aludió al retroceso legal que en derechos sexuales y reproductivos se vive en Yucatán, entidad que fuera ejemplo en el país.

Ahí estaba la voz de la magistrada electoral María del Carmen Alanís, quien habló de la importancia de contar con un protocolo de actuación en casos de violencia política contra las mujeres; y recordó la vigencia de las jurisprudencias que obligan a los partidos a postular en paridad vertical y horizontal en los estados que tendrán elecciones este año.

Y claro, también ahí estaba la voz claridosa de la antropóloga Marcela Lagarde, quien nos recordó que el feminismo en México siempre ha sido una propuesta política, democrática, pacífica; y precisó que el gran reto de nuestro tiempo es “buscar una gran sinergia nacional para construir la empatía hacia la vida, integridad y dignidad de las mujeres y las niñas”.

Sí, los ecos del pasado siguen vigentes, pero también las voces luminosas que abren caminos de igualdad y libertad.

Es posible que, como afirma el personaje de la novela de Gabriel García Márquez, la historia nomás dé vueltas. Pero, en todo caso, las da en espiral. Así que las feministas de hoy construimos igualdad a partir de lo que ellas hicieron. Como las feministas de mañana lo harán con lo que nosotras seamos capaces de construir.

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