Más preguntas que respuestas (ante el feminicidio en la CDMX)

18 de Julio de 2019
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A raíz de la desaparición y posible feminicidio de Daniela Ramírez, quien el 18 de mayo le avisó a un amigo que un taxista quería secuestrarla, ha circulado en redes el mensaje “¿Qué hacer si una amiga te dice que la están secuestrando?”. Bien intencionado, este texto perturba. ¿A qué grado de indefensión ante la normalización de la violencia criminal hemos llegado para considerar necesario difundir consejos de este tipo? Los secuestros desde luego no son novedad. El feminicidio azota al país desde hace décadas, a muchas chicas y mujeres las han secuestrado y luego desaparecido o asesinado en la capital. Lo perturbador, pues, no es que se busque evitar estos crímenes, sino que, aun de buena fe, el peso de la prevención y defensa se cargue, de nuevo, a las víctimas en potencia.

¿Por qué, a 25 años del inicio del feminicidio (documentado) en Ciudad Juárez, seguimos advirtiendo a niñas y mujeres: “no te pongas en riesgo” o “avisa, huye, grita”? ¿Por qué nuestra respuesta ante el horror sigue siendo privada, individual? ¿Por qué no hemos salido en masa a las calles por el asesinato de Lesvy, el de Aidée, el de Daniela (si es que son sus restos) y tantas más? ¿Por qué la marcha del Orgullo de la diversidad atrae multitudes y la del 25 de noviembre escaso apoyo? ¿Por qué, a diez años de la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso “Campo algodonero”, las autoridades siguen sin prevenir la violencia machista, el feminicidio, ¿la trata y la desaparición? ¿Acaso no recuerdan que en 2009 la CoIDH señaló que el Estado mexicano era responsable por omisión y negligencia ya que no había tomado medidas para prevenir el feminicidio?

Hoy seguimos constatando que la muerte violenta de mujeres por sus parejas o desconocidos no les quita el sueño a las autoridades, más dispuestas a la retórica que a investigar con seriedad o a diseñar una política pública integral con perspectiva de género para prevenir y sancionar la violencia feminicida. La PGJCDMX tardó más de un mes en investigar en la zona donde desapareció Daniela; no ha aclarado el asesinato de Aidée; no ha sancionado a funcionarias/os que obstaculizaron la justicia en el “caso Narvarte” o el de Lesvy.

Si la PGJ anterior maquilló las cifras de delitos graves, ¿dónde están los responsables? Por otro lado, tampoco se hacen valer las normas que prohíben el sexismo y la promoción de la violencia machista en los medios. No hay indicios de que se integre algún día la perspectiva de género en los libros de texto o en la enseñanza pública. Tampoco las universidades parecen dispuestas a incluirla en sus programas. ¿Cuántos años más sin abogados, juezas, médicas, psicólogas, profesores que entiendan la violencia de género?

Lo mismo que gobiernos anteriores –con menos sentido de la realidad incluso– éste trivializa la violencia machista. La gobernadora capitalina opta por el punitivismo y presume el aumento de penas por robo de celulares, cuando urge reconstruir el sistema de justicia (no llenar las cárceles); anuncia la “coordinación con la Guardia Nacional” cuando debe saber que la militarización aumenta la violencia (contra las mujeres en particular). En vez de fortalecerlos, el gobierno federal recorta y retrasa los recursos para los refugios. En vez de mejorar la educación, acuerda repartir por millones una “Cartilla moral” trasnochada, que a muchas casas llegará acompañada de prédica religiosa.

Mientras tanto, desde la ciudadanía seguimos difundiendo avisos de niñas y niños desaparecidos, nos indignamos por los secuestros y feminicidios; tememos por nuestras familias y amistades, les repetimos “cuídate”, “toma precauciones”. ¿Hemos exigido al menos que se regulen y supervisen con seriedad taxis y servicios de transporte? ¿Sabemos qué pasó con los secuestradores del metro?

Ni la mano dura, ni la militarización, ni la prédica moralina resolverán estos problemas. La prevención individual y los buenos consejos no bastan. ¿Será hora de exigir nuestro derecho a vivir sin miedo ni violencia?  Lucía Melgar.

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