Política y felicidad

10 de Abril de 2014
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Hace algo más de 10 años, cuando decidí entrar en la política municipal, un día se lo conté a una mujer de mi confianza. Ella, que había sido una de mis profesoras en la etapa de estudiante de BUP, me dejó acabar mi exposición y después mirándome fijamente me dijo: “La política es el arte de hacer felices a las personas. No lo olvides. Te estaré vigilando”.

Como es de imaginar aquellas palabras me impactaron hasta el punto de que, pese a no estar ya en la política activa desde hace casi siete años, las sigo llevando en el corazón. Al cabo de unos años me encontré con esta profesora y repregunté: “¿Qué tal llevas la vigilancia?”. Pero ella no se acordaba de aquella recomendación/amenaza cariñosa que me había hecho.

He querido contar esta anécdota personal para ilustrar lo que quiero comentar hoy. Ya no soy tan ingenua (o sí) como para seguir pensando que “la política es el arte de hacer felices a las personas”, pero sí creo firmemente que la política es una herramienta para intentar cambiar las condiciones de vida de las personas. Para mejorarlas, por supuesto. Y como vemos, esto no se está haciendo en absoluto.

Hace unos días una compañera de trabajo me comentaba que en el pueblo en el que reside en menos de una semana se habían suicidado cinco personas. En mi ciudad, recientemente, un joven de quince años también lo hizo.

Son dos muestras sobre el grado de desesperanza y desilusión colectiva al que esta gentuza que dice gobernarnos ha conseguido llevarnos con sus medidas ante esta estafa llamada crisis.

En política no todo vale. Y se ha de tener grandeza de miras a la hora de tomar decisiones. Se ha de saber que el interés general SIEMPRE ha de prevalecer sobre el personal o partidista. Y esto ha de ocurrir SIEMPRE y revisarse ante cada decisión que se haya de tomar. Pero como podemos comprobar cada mañana, esto no es así.

La corrupción continuada, los intereses de los dos grandes partidos, los intereses claramente impuestos por la Conferencia Episcopal, el continuo “y tú más” sin mirar a los lados y observar que la ciudadanía está más pobre, más triste, más desilusionada y más descreída, son claros síntomas de que algo en política no se está haciendo bien. Y lo que es peor, no se perciben aires de cambio en este sentido.

Algunas personas nos alejamos de este espacio precisamente por el dolor que causa comprobar que en demasiados aspectos no se está trabajando por y para las personas. Los intereses son otros y eso es descorazonador. El dolor y el desgarro que produce comprobar esto e incluso las consecuencias sectarias de alguna situación nos han obligado a alejarnos para poder curar nuestras heridas.

Y que conste que soy una gran defensora del trabajo que se hace sobre todo en los ayuntamientos, precisamente por ser las administraciones más cercanas a la ciudadanía.

El hecho de gobernar con intereses ajenos a los de la gente, aprovechándose de una mayoría absoluta, conseguida con mentiras y engaños, aparte de que les va a pasar factura, también lleva implícito el hecho de estar legislando directamente en contra de más de la mitad de la ciudadanía que somos las mujeres.

Con cada medida aprobada, con cada decisión tomada que atente contra la igualdad de las mujeres y las niñas, con cada paso dado para imponernos normas que nos alejen de la igualdad real de oportunidades y de derechos entre mujeres y hombres, nos imponen mayores cuotas de infelicidad y de malestar.

No sé yo si la imposición de modelos familiares propios de una sociedad de hace más de 30 años, con la madre-esposa en casa y dedicada a “sus labores” tiene cabida en una sociedad que pretende ser moderna y estar en los círculos mundiales de la modernidad.

Creo que con medidas como la reforma de la actual y vigente ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, se busca dar satisfacción a una minoría ultraconservadora, radical y reaccionaria a más no poder, junto a las pretensiones del ala más ultracatólica de la Conferencia Episcopal, pero no dar soluciones a los actuales problemas de inicios del siglo XXI, puesto que las propuestas realizadas hasta ahora son más bien de los albores del siglo XX.

El interés general por el bienestar de la mayoría de la población que somos las mujeres les importa un comino. Buscan someternos a sus dictados patriarcales y misóginos. No van a poner las cosas nada fáciles para que la igualdad real sea efectiva. Nos quieren como el título del libro financiado por el arzobispado de Granada: casadas (con un hombre, por supuesto) y sumisas.

Y el ejemplo más claro de lo que digo son los recortes que la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, ha realizado para excluir de la cartera del Servicio Nacional de Salud las técnicas de reproducción asistida a mujeres sin pareja y con más de 40 años de edad.

Con esta imposición, al igual que con la de la imposición de un embarazo no deseado, se condena a las mujeres a vivir infelizmente, puesto que se han contravenido injustamente sus deseos de vivir de una determinada manera.

Y esto no es política. Son ganas de imponer creencias personales a una sociedad que no deja de moverse y que no se ha anquilosado como ese tipo de credos que nos quieren imponer.

Son muchas las fuentes de infelicidad que nos brindan esta gentuza que dice gobernarnos, pero que nadie pierda de vista que la fuerza de “la masa” es inabarcable por potencial propio.

Que nadie se olvide de que el hecho de que algunas gentes hayamos decidido irnos de los sillones, no significa que hayamos abandonado nuestras creencias ni nuestras luchas. Que nadie crea que nos han derrotado.

Sencillamente hemos trasladado nuestras luchas a otros escenarios. Pero no nos hemos ido, estamos aquí y continuamos intentando crear conciencia sobre lo que se está haciendo y sobre todo de lo que se está destruyendo.

La marcha por la dignidad, la marcha del “Tren de la Libertad” (contra la reforma para eliminar la interrupción voluntaria del embarazo), los encierros en escuelas para exigir educación pública, digna y de calidad, las continuas concentraciones de las personas con dependencia, etcétera… son claros ejemplos de que la sociedad se está moviendo en contra de los recortes que nos están imponiendo injustamente por esta estafa llamada crisis.

En mes y medio hemos de volver a las urnas. Y a esas urnas hemos de llevar nuestras militancias y echar de las instituciones a quienes gobiernan para ellos y de espaldas a la ciudadanía. Echar a quienes dentro de sus medidas nos imponen sufrimiento, desempleo, hambre, pobreza y desigualdad en su sentido más amplio.

En definitiva, echar a quien con sus medidas impuestas nos provoca infelicidad en su sentido más profundo.

Yo, y creo que muchas más personas, así pienso hacerlo y también seguiré teniendo voz propia pese a no estar en las instituciones. Y esa voz, mi voz seguirá siendo firme a la hora de la exigencia de medidas encaminadas a la construcción de una sociedad más justa, más igualitaria, más digna y, por tanto, un poco más feliz. Y en eso, espero que nunca me tiemble la voz.

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