La llaga

07 de Marzo de 2017
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Ahí están las llagas. Supuran. Duelen. Hieden. Y, sin embargo, en general, a lo mucho se mueve la cabeza en señal de consternación o, a lo poco, se voltea a otro lado para mirar “cosas más importantes”.

Las violencias contra las mujeres suponen llagas enormes a nuestro sentido de humanidad. O, más precisamente, a lo que hemos supuesto o queremos suponer que significa nuestra humanidad.

Son muchas las violencias que se infligen a las mujeres de todo el mundo. Y se les infligen porque son mujeres. Nacer mujer implica en los hechos –y a menudo en el derecho también- no tener garantizados distintos derechos humanos o simplemente no tener derecho a tener derechos.

Y a menudo se justificará: Es que hizo tal cosa que estaba prohibida (claro, prohibida por ser mujer, porque de ser hombre no estaría prohibida). Es que estaba en tal lugar a tales horas (porque hay lugares y horas vedados para las mujeres).

En el fondo, y sin rebuscar mucho, el tema es que nacer humana no te garantiza los mismos derechos que nacer humano.

Y, lo que es peor, a media humanidad le parece bien que así sea, y a buena parte de la otra mitad le parece que es una barbaridad, pero qué se le va a hacer, ni modo.

Entonces, a tres cuartas partes de la humanidad le parece bien o poca cosa, lo mismo que mujeres ganen menos que hombres por el mismo trabajo, o que el “Club de Tobi” esté instalado en el poder político, económico, académico, cultural o religioso; y apenas si respinga con el acoso y el hostigamiento sexual, las violaciones sexuales, la prostitución, la Trata o los feminicidios.

Porque no veo indignaciones colectivas cuando el 95 por ciento de las personas víctimas de Trata son mujeres y niñas. No hay indignación nacional –en casi ningún país- cuando aparece una mujer tumultuariamente violada, asesinada y su cuerpo tirado a la basura. Vamos, no veo exigencia colectiva en México porque una de cada dos mujeres es víctima de violencia en su hogar, hay decenas de miles de mujeres y niñas desaparecidas, y hay pueblos enteros dedicados a la Trata.

¿Acaso no se nos considera humanas? O, más bien, deberíamos preguntarnos, ¿qué clase de humanidad somos?
Al parecer y por lo pronto, la emergencia en la que nos encontramos nos aconseja dejar esa pregunta para después. Y por eso los movimientos de mujeres han organizado para este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, una huelga masiva de mujeres.

Con el lema “Nosotras paramos”, se invita a que las mujeres paren sus labores, cualesquiera que estos sean, al menos durante media hora. Y en más de 40 países habrá marchas para exigir la garantía a nuestros derechos, empezando por el derecho a una vida libre de violencia. “Si nuestras vidas no valen, nosotras paramos”, es la consigna.

Se busca hacer evidente lo que aportamos cotidianamente; hacer patente que sin nosotras el mundo no funciona: ni el hogar ni la política ni la economía. Nada.

Y con todo y que me parece una buena idea –probada con enorme éxito en Islandia en 1975- y con todo con que estoy absolutamente segura que tarde o temprano esta estrategia tendrá éxito y, por supuesto, deseo que lo tenga, no dejo de tener un mal sabor de boca.
Porque no basta ser la mitad de la humanidad, no basta ser humanas, sino que hay que demostrar que valemos por lo que hacemos.

De modo que no será un elemental sentido de justicia o de solidaridad, o de cualquier otro considerado esencialmente humano, el que sea motor para que se detengan las violencias contra las mujeres; sino el pragmatismo.violencias contra las mujeres, acoso, hostigamiento sexual, violaciones sexuales, prostitución, Trata, feminicidios, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, huelga masiva de mujeres, “Nosotras paramos”

Entonces quedará pendiente ganar la humanidad. Y acaso esa sea la gran llaga que hoy nos debe doler.

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