Enrique Laguerre supo ganarse el cariño del pueblo a través de su obra

15 de Junio de 2015
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México, 15 Jun 15 (Notimex).- El novelista, cuentista, crítico y columnista puertorriqueño, Enrique Laguerre es recordado a una década de su muerte, que se cumple mañana, a través de su vasta obra, la cual ha sido considerada testimonio sobre la búsqueda de la modernización a través de la alfabetización y educación de sus pobladores.

El destacado autor, quien fue aspirante al Premio Nobel de Literatura, además se ganó el cariño del pueblo, quien se identificaba con los problemas que planteaba en sus obras.

De acuerdo con el sitio “enciclopediapr.org”, Enrique Arturo Laguerre Vélez nació el 3 de mayo de 1906 en el municipio de Moca, Puerto Rico, hijo de Juan Nepomuceno Laguerre González y Atanasia Vélez Vargas.

Cursó su educación básica en escuelas públicas rurales tanto en Isabela como en Aguadilla, donde fue discípulo de la célebre educadora Carmen Gómez Tejera (1890-1973), quien fue también su primera mentora literaria.

Luego de obtener la licencia de maestro en 1927, trabajó como educador por siete años en varios pueblos del oeste de la Isla.

Se graduó de la Escuela Normal de la Universidad de Puerto Rico en 1936 y obtuvo en 1941 el grado de Maestría en Artes con especialidad en Estudios Hispánicos de la misma universidad, donde luego fue catedrático hasta 1988.

Completó su formación académica al obtener el grado de doctor en letras de la Universidad de Columbia en Nueva York, Estados Unidos, entre 1949 y 1951.

En el ámbito profesional, Laguerre se estrenó como periodista y ensayista, publicando artículos de carácter cultural y político en el diario “La Democracia” en 1932, señala el sitio web “prpop.org”.

Posteriormente, fue colaborador de las revistas “Alma Latina”, “Ámbito”, “Artes y Letras”, “Brújula”, “Horizontes”, “Puerto Rico Ilustrado”, “Isla” y “Paliques”, esta última de la cual fue co-fundador.

El autor, que en diversas etapas firmó bajo los seudónimos de “Alberto Prado”, “Motial”, “Tristán Ronda” y “Luis Urayoán”, en 1935 publicó, motivado por Antonio S. Pedreira (1899-1939), “La llamarada”, obra que le valió el Premio del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) un año más tarde.

En 1937, el escritor puertorriqueño lanzó su segunda novela, la cual bajo el título “Solar Montoya” está inspirada en las penurias de los obreros de los cañaverales.

Paralelamente a su quehacer en “La Democracia” y a sus trabajos para diversas publicaciones literarias, se desempeñó como libretista de la emisora gubernamental La Escuela del Aire (1939-1941).

Tiempo después, en 1951, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) le nombró coordinador del Centro Regional para el Desarrollo Educativo en Pátzcuaro, en Michoacán, México, donde Laguerre desarrolló una intensa labor de alfabetización y modernización que le convirtió en una de las figuras más populares del lugar, según la portal electrónico “mcnbiografias.com”.

En los siguientes años, el autor siguió escribiendo, fruto de ese periodo son: “Los dedos de la mano” (1951), “La ceiba en el tiesto” (1956), “El laberinto” (1959), “Cauce sin río” (1962), “El fuego y su aire” (1970), “Los amos benévolos” (1976), “Infiernos privados” (1986), “Por boca de caracoles” (1990), “Los gemelos” (1992), “Proa libre sobre mar gruesa” (1995) y “Contrapunto de soledades” (1999).

Enrique Laguerre, a lo largo de su sólida trayectoria, ganó numerosos premios como el Premio Nacional de Literatura (1975), otorgado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña; Humanista del Año (1985), otorgado por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, y el Premio de Honor (2005) concedido por el Ateneo Puertorriqueño.

Finalmente, la vida del destacado narrador puertorriqueño terminó el 16 de junio de 2005.

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