México: Escuchar a las jóvenes que están transformando el feminismo

02 de Noviembre de 2020
Guardar
feminismo-canva
feminismo-canva
México, noviembre (SEMlac).- ¿En qué momento y por qué aparecieron estas jóvenes, en todo el país y en todo el mundo, con una nueva voz feminista? ¿De dónde vienen? ¿Qué les pasa? Rompen vidrios, pintan monumentos, se embozan y realizan acciones directas, gritan, no tienen miedo, se expanden y multiplican.

Algunas respuestas se analizan estos días desde la academia y la militancia feminista, en el 27 Coloquio Internacional de Estudios de Género "Saberes feministas sobre violencias, justicias y memorias en tiempos de guerra", entre el 27 y 30 de octubre, organizado por el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM, en colaboración con el Programa Interdisciplinario de Estudios de Género del Colegio de México.

Sí, es como una guerra. Estas jóvenes son las voces del hartazgo, rechazan y recriminan, especialmente, la violencia sexual en todas sus formas: abuso, violación, hostigamiento, trata de mujeres y niñas con el fin de explotación sexual y feminicidio. La protesta es también ante la ofensiva de Estado e iglesias contra sus derechos sexuales y reproductivos.

La doctora Margarita Elena Tapia Fonllem fue didáctica y clara. Habló en discurso valiente como se traduciría la palabra parresía introducida por Foucault, sin miedo, como dice Judith Butler.

Agregó: en México, la reacción de un amplio sector de la sociedad ha sido de indignación ante el incremento de las violencias hacia las mujeres, la inoperante justicia y el insistente argumento revictimizador.

Sus interlocutoras, tres, vía remota, habían descrito sus experiencias. Algunas de ellas, antiguas feministas de los años setenta, plantearon como universitarias todos los límites, entuertos, dificultades para que en los grandes centros de educación superior se actúe adecuadamente a las múltiples demandas de las estudiantes que ahora, claramente, identifican la violencia contra las mujeres. Y no pasa nada, no hay forma, se enredan en mecanismos administrativos, grandes resistencias y burocracias.

Elena Tapia anuncia que su participación es el borde de una investigación en proceso, que le da elementos para explicarse por qué las jóvenes, sin descanso, han tomado las calles y no, no tienen miedo.

A 20 años del nuevo siglo, habrá que entenderlo: el movimiento feminista se revitalizó a nivel mundial. Sus protagonistas son mujeres jóvenes, que han tomado las calles en masa para protestar contra el innegable incremento de la violencia machista.

Y les doy la voz: "Participamos porque es un tema personal y también es un problema público. Son muchos temas: el acoso, los abusos sexuales, todas estas violencias que se viven desde la familia, desde la sociedad, desde la escuela, desde los trabajos, desde tus propias amistades, desde tus relaciones. Violaciones, temas de embarazo adolescente, de maternidades forzadas, de asesinatos. No sabemos si mañana vamos seguir vivas, porque no sabemos si el próximo asesino está en nuestra casa […] hay un hartazgo cuando te das cuenta de que sí existe y que no nada más te pasa a ti…, cuando me doy cuenta que somos varias que lo estamos viviendo, que todas estamos expuestas, todo el tiempo", asegura Sandra, estudiante de Derecho en Puebla y quien, a sus 21 años, no ha tenido más remedio que salir a la calle para pelear por sus derechos.

Luego, Tapia Fonllen, profesora de la Universidad Pedagógica Nacional, antigua militante, una de las forjadoras del Sindicato de Costureras (1985), se explica: hay un ambiente sombrío, lo que ha propiciado formas de movilización y protesta inéditas, ajenas a las promovidas por el feminismo de la llamada "tercera ola".

Reconoce que si bien las demandas son las mismas, las resistencias, así como las acciones feministas, originadas del enojo, el cansancio y la indignación de miles de mujeres jóvenes, muestran una realidad que amerita ser escuchada y analizada, para una mayor comprensión de la nueva configuración de dicho movimiento social.

Y ahí enlazó su discurso a las preocupaciones de mujeres que en las universidades no se explican por qué no funcionan los protocolos, cómo y por qué en esos templos del saber no hay transversalidad de género -concepto de la IV Conferencia Mundial de la Mujer, Pekín, 1995.

Y dice: uno de los espacios donde el conflicto se ha hecho evidente son las universidades, públicas y privadas, donde las jóvenes han denunciado acoso y hostigamiento sexual. Donde han protestado contra los feminicidios, a través de tendederos, mítines, marchas y tomas de instalaciones escolares. Y no son escuchadas.

Hay que escucharlas. Había dicho María Eugenia Guadarrama con María del Rocío Ochoa, de la Universidad Veracruzana, en esa realidad muy conservadora y machista, que las jóvenes tienen miedo de denunciar, temen ser reprimidas por los superiores que las acosan, que no se atreven y eso dificulta las denuncias y también se pronunciaron por que no sea lo único que se haga el castigo criminal a los perpetradores. Que haya una sanción simbólica.

Elena reflexiona: hay que mirar. Las movilizaciones masivas son escenario de nuevas formas de protesta, en las que destacan actos de desobediencia, de desafío, de rechazo a las formas tradicionales y simbólicas del poder masculino, como monumentos, edificios de instituciones, instrumentos de ejercicio del poder, entre ellos patrullas, escudos de policías, muros metálicos; a los que se pinta, se destruye, se señala, se raya, se prende fuego. Estas acciones de protesta han generado polémica, sin duda. Pero ellas, manifiesta, dicen en las entrevistas y testimonios que no tienen miedo, que están hartas de la simulación.

Muchos de estos actos -de acción directa, embozadas, vestidas de negro- se consideran por algunos como actos vandálicos, lo que lleva a criminalizar a las jóvenes feministas, mientras otros las respaldan.

"No veo mal que haya aumentado la onda violenta en las marchas; es que el hartazgo es mucho. Los mecanismos a nivel de Estado, de estructura, no nos sirven, no nos representan, no nos salvan de la muerte, no. Y bajo esa lógica hay un grito desesperado de 'ya me tienen hasta la madre y si no van a hacer nada, voy a empezar a matar', literal, lo he pensado", asegura Olga, poblana de 28 años.

"Todo este discurso, de 'estas no son las formas' y 'no puede ser posible'… ¿Cómo no volteas a escuchar siquiera las consignas que están gritando las mujeres, que están llorando, que están destrozadas por las compañeras asesinadas por todo el país?, y que primero te fijes en que rayaron las paredes, que quebraron los vidrios. No entiendo… probablemente no sean las formas, pero si estas no son las formas, no hay otras formas, no encontramos manera de que nos escuchen", dice Raquel, 22 años.

Y narra que ha tenido que vivir con miedo por su orientación sexual. "Cuando salgo a trabajar en la maquila en Nogales, yo no oculto que soy lesbiana, pero tampoco lo voy gritando porque me pueden golpear o me dicen cosas. Yo no quiero que mi supervisor me esté acosando todo el tiempo, que mis compañeros de trabajo quieran quitarme lo lesbiana, porque me pueden violar […] Sonora es un estado muy conservador, muy mocho, no hemos avanzado mucho que digamos".

Esto es lo que hay que escuchar, dice esta académica no tradicional. Y asegura que se ha traspasado a la Ciudad de México, de tradición de protesta, porque en el resto del país las marchas feministas han sorprendido a sus habitantes, hecho que reitera lo novedoso de la protesta: no se centraliza, se replica a nivel nacional.

Además, es conveniente tomar en cuenta que "esta generación carece de miedo y le sobra hartazgo".

Y han cambiado todo. Se organizan en "colectivas", que precisamente surgen en los espacios escolares, de universidades y preparatorias; las ideas, convocatorias y movilizaciones, así como todo tipo de denuncia, se difunden al instante a través de las redes sociales, lo que permite que lleguen a miles de mujeres que, atemorizadas por el riesgo que implica ser mujer, se suman a la protesta con el ánimo de solidarizarse con las demás, con ganas de manifestar el hartazgo, ante la incapacidad de poner fin a la violencia por parte de las autoridades, sean locales o nacionales.

Y ellas explican su movilización: "Solamente así llamas más la atención, desafortunadamente", dice Renata, una joven de 24 años y estudiante de Psicología en la Ciudad de México. "Si no nos toman en cuenta por la forma pacífica, entonces ¿cómo llamo tu atención? ¿Cómo te das cuenta de que estamos molestas, de que estamos hartas, enojadas, que ya no aguantamos? ¿Cómo te das cuenta de que no tienes ciertas leyes que nos protejan, que tampoco quieres llamarle feminicidio al feminicidio? ¿Cómo puede ser posible? A las cosas hay que decirles por su nombre: violencia de género, acoso, hostigamiento, violador, violación".

Para Isabel, de Pachuca, Hidalgo, "encapucharse es una forma de responder ante el acoso y el hostigamiento que sufren las compañeras. En los trabajos no las dejan marchar, entonces es necesario encapucharse para que no las reconozcan, lo mismo si desean hacer alguna pintada o rayar paredes o romper vidrios, pues también para que no haya consecuencias físicas hacia las mujeres".

De 22 años y estudiante de Psicología, Isabel sabe que "hay una crítica muy fuerte hacia estas protestas, pero es una forma de demostrar el hartazgo que tenemos las mujeres hacia tanta violencia, hacia tanta criminalización, hacia tanto hostigamiento y acoso que se vive. No necesito que alguna mujer cercana a mí sea asesinada para sentir esa empatía, para sentir esa rabia y para sentir esa indignación.

"Ojalá las autoridades fueran tan eficientes para cumplir con la justicia de esas mujeres desaparecidas, como lo son para arreglar puertas, cristales y pintar", recalca Sara, de 22 años, que ya marchó encapuchada al Palacio de Gobierno de Pachuca, Hidalgo.

"Estuve presente cuando se tiraron las puertas del Palacio de Gobierno, también fui una de las chicas que puso algunas insignias en la pared con aerosol, para mí es arte…Luego, el gobernador Omar Fayad dijo que nos tenía identificadas y que íbamos a tener que cumplir ante la ley y nos iba a meter a la cárcel… dos horas después de que fue el 8 de Marzo, mandó a poner puertas nuevas al palacio de gobierno y a pintar toda la estructura para callarnos".

La primera reunión, inaugural, fue presidida por Silvia Giorguli, presidenta de El Colegio de México; Guadalupe Valencia, coordinadora de Humanidades de la UNAM; Ana Buquet, directora del CIEG-UNAM; y Lucía Núñez, Investigadora del CIEG-UNAM.

La información oficial indica que este es un diálogo magistral. Ana Buquet invitó a la reflexión acerca de la relevancia de los saberes situados de las mujeres, atravesados por los distintos marcadores sociales que configuran desigualdades diversas, en razón no solo del género, sino de la etnia, la clase y otras diferencias que se conjugan para producir distintas formas de opresión.

Hizo notar el papel fundamental de las estudiantes para exigir que se acaben los pactos patriarcales dentro de las instituciones de Educación Superior y abogó por que se hagan efectivos los derechos humanos de las mujeres.

La maestra Silvia Giorguli habló de la importancia de mirar los nuevos escenarios de violencia que se han generado durante la contingencia de Covid-19, destacó el compromiso con la agenda de la investigación de género y para proyectar la generación de conocimiento como un proceso colectivo.

Lucía Núñez subrayó la necesidad de conocer cómo se construyen los saberes feministas que se encuentran atravesados por realidades específicas y horizontes diversos. Invitó a repensar la concepción común de violencia, los lenguajes hegemónicos de la justicia y a visibilizar otras formas de construir el mundo a través de la verdad y la memoria, como esa de las jóvenes, para tener una visión prospectiva con esperanza. También Guadalupe Valencia habló de las teorías feministas como un conjunto de posicionamientos frente a la realidad, ante y para el mundo.

Y dijo que el pensamiento feminista, como un conjunto de dimensiones ético-políticas de resistencia y de lucha, obliga hoy a considerar al género no como un tema, sino como una dimensión transversal.

Estuvo ahí la periodista, quien ha ido, a ras de tierra, a recoger los testimonios de decenas de nuevas feministas, las madres de las asesinadas y desaparecidas.

El Coloquio continúa
La propuesta es clara para Elena Tapia: Escuchar las voces, conocer la narrativa de las jóvenes feministas puede permitir dar inicio a un conjunto de cambios en el terreno de las políticas públicas, en por lo menos cuatro ámbitos:

a) El sistema educativo mexicano, a través de una transformación en todos los niveles educativos, reestructurando sus programas educativos, creando instancias para prevenir la violencia hacia las mujeres y propiciando un cambio de mentalidades para la igualdad sustantiva.

b) Las leyes que hasta ahora resultan insuficientes para prevenir y atender la violencia hacia las mujeres.

c) El sistema de justicia mexicano, para erradicar la re victimización de las víctimas, siendo eficaz en la aplicación de sanciones a los victimarios y evitando la impunidad en los casos de delitos de feminicidio y hostigamiento sexual.

d) La administración pública, en todos los niveles, garantizando un marco de cultura de igualdad de género, brindando un trato adecuado y digno a las mujeres que solicitan diversos servicios para la atención de problemas de violencia.

Y remató: El llamado para estas transformaciones está en las calles, las voces están allí, pues como dice Sandra, "[…] el hablar, me permite tener mucho poder y decir: no es por mí, es por y para nosotras, el alzar la voz, esa voz que todas las mujeres tenemos, es muy fuerte y es una de las formas de expresarse y de manifestarse más poderosa que las mujeres tenemos".

Archivado en