Nativa del Departamento de San Vicente, fue en Zacatecoluca donde vivió las amargas experiencias que la orillaron a auto exiliarse de su lugar de origen, primero el secuestro de su hija por negarse a pertenecer a una de las pandillas locales.
“Yo les dije que no quería pertenecer a ninguna pandilla, pero luego secuestraron a mi niña y me piden a mi hijo varón a cambio, y sabían que tenía que ceder”, refirió angustiada al recordar los funestos sucesos que, asegura, la mantienen aún temerosa.
Fue a dos amigos policías “que sabía que eran legales” a quienes pidió ayuda para rescatar a su hija, “cuando vieron que no entregaba a mi hijo a cambio, me pidieron 25 mil dólares que yo no tenía para darlos, pero di parte a la Policía”.
Sus amigos policías recortaron periódicos y pusieron encima billetes para que entregara su hijo a los delincuentes, a quien previo le pusieron un chaleco antibalas, “lo llaman para decirle dónde tenía que entregar el dinero”.
“Ellos le iban a decir dónde tenía que entregar la mochila…”, y luego de la entrega por parte de su hijo, por indicaciones encontraron a su hija amordazada en una cuartería, de donde la rescataron.
“Cuando la rescato, corro y oigo disparos, le dieron a mi hijo y cayó al piso”, pero por el chaleco salió ileso; sin embargo, después del rescate le dicen que tiene que huir del lugar, “porque ya no puedo vivir ahí”.
Los pandilleros hicieron uso de su casa y pertenencias, “toman las viviendas y las hacen como una casa de reunión para ellos, y a uno lo sacan sólo con la muda que traemos”, manifestó compungida y entre sollozos al recordar la situación que le tocó vivir.
Aunque desde 2013 llegó a la ciudad mexicana de Tapachula, en Chiapas, dijo que su temor radicaba en la inseguridad que le provocaba encontrarse de manera ilegal en México y que la regresaran, aunque ya existía una solicitud para migrar.
Sin embargo, aseguró que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) no aceptó las pruebas que ofreció para reconocer su caso, “no me aceptaron lo que traía” y respecto a su migración, también afirmó que le estaba costando.
Al no ver resuelta su situación, María Magdalena optó por integrarse a la caravana Viacrucis de Refugiados que este fin de semana arribó al norte del país y sus integrantes cruzaron hacia Estados Unidos en busca de asilo político y humanitario.
Ahora María Magdalena, de 46 años, se encuentra en Estados Unidos en espera de la resolución que las autoridades migratorias den a la solicitud que los 78 migrantes forzados entre niños, hombres y mujeres de países de Centroamérica, den a su solicitud de asilo.