Teresa Mollá Castells

Parole, parole, parole...

11 de Marzo de 2016
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parole,parole,parole
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Ayer fue un día un tanto extraño. Y cuando digo extraño no me refiero a negativo. Sólo extraño.

Por la mañana mientras conducía escuché en la radio una noticia que me impactó tanto por el contenido como por las formas. Decía más o menos que “la Guardia Civil estaba buscando una patera (balsa) que al parecer habría volcado y en la que viajaban treinta y tantas personas y dos mujeres”. Así, directo al cerebro y al corazón.

Después y ya en casa me topo con la noticia de que una magistrada de Vitoria preguntó a una mujer si “cerró bien las piernas” tras presentar una denuncia por maltrato físico, psíquico y abusos sexuales, según la asociación Clara Campoamor.

Supongo que ya se entenderá por qué califiqué antes de extraño el día. Dos claros ejemplos de cómo el patriarcado sigue imponiendo su ley este 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, de todas las mujeres.

En la primera noticia (y sin entrar en el fondo de la noticia) la PERSONA que la redactó, independientemente de si fue mujer u hombre, nos excluyó a las mujeres de la condición de personas.

Directamente adjudicó esa condición a los hombres, puesto que a las mujeres nos nombra explícitamente. Son las trampas del lenguaje. No creo que sea tan difícil de entender que las mujeres también somos personas, ¿no? Pues ya vemos que para alguna gente no lo somos y nos sacan explícitamente de ese concepto.

El lenguaje, como elemento transmisor de ideas y valores, se convierte en este caso en una potente arma del patriarcado, incluso nombrándonos, porque lo hace precisamente para diferenciarnos de la condición de persona y dejarnos en la infracondición de mujeres al homogeneizar los términos de persona y hombres.

De ese modo, se continúa naturalizando la superioridad de lo masculino en nuestro espacio simbólico y, por tanto, el sistema sigue funcionando como siempre.

Y, como ya he dicho en alguna ocasión, esa naturalización de la desigualdad la convierte en invisible y al ser invisible pasa completamente inadvertida.

Y no podemos olvidar que no por invisible es inexistente, puesto que al analizar un poco noticias como la que escuché ayer que, a priori parece inofensiva e incluso nos nombra, en realidad es otra trampa que esconde pura violencia estructural.

Nos lanza el mensaje claro y contundente de que las estructuras patriarcales y claramente jerárquicas no se tocan. Y eso, tal y como sabemos, va empapando nuestros cerebros hasta que en nuestro espacio simbólico no existan dudas.

La segunda noticia es violencia machista de primer orden y también ejercida desde y con el lenguaje. La jueza en cuestión al preguntar a la mujer que había denunciado violencias machistas está, no sólo revictimizando a la propia víctima, sino ejerciendo de nuevo violencia estructural, puesto que lo hace desde el poder que le da la toga de jueza.

¿Cómo es posible tener tan poca sensibilidad con una mujer que ha sido agredida sexualmente y que lo ha denunciado? ¿Acaso esta jueza desde su aparente misoginia no sabe el dolor que está causando cada vez que cuestiona la voz de la víctima o que no la deja acabar en sus exposiciones de lo que le ha ocurrido?

Mi amiga Emilia me decía hace poco que es muy grave lo que está ocurriendo en la judicatura con respecto a las mujeres. El día a día le da la razón.

A veces las palabras duelen mucho más que los golpes. Sobre todo cuando esas palabras son pronunciadas con esta injusticia tan feroz por parte de quien debe proteger y dar amparo y veracidad a quien se atreve a denunciar.

De nuevo el lenguaje como atroz arma del patriarcado para cuestionar y colocar la voz de la mujer agredida por debajo de las actuaciones del hombre que la agredió. De nuevo las palabras como dardos envenenados para desvirtuar la voz de la víctima que pedía amparo a la justicia.

Otro ejemplo más de cómo se las gasta el patriarcado en cuanto se le cuestiona. Y esta vez desde la posición de poder de una mujer jueza, quien por lo visto no entiende ni de empatía ni de respeto hacia las personas que tiene frente a ella y, que pese a ser la denunciante, se llevó otra dosis de violencia machista. Esta vez estructural.

Espero que el Consejo General del Poder Judicial abra una investigación y que actúe con justicia con esta señora togada para que este tipo de agresiones verbales y de cuestionamientos a las mujeres que tenga enfrente no se vuelvan a producir. Desde aquí agradecer a la Asociación Clara Campoamor sus actuaciones al respecto y a tantos otros casos.

Sin los estudios de género y las reflexiones feministas, este tipo de actuaciones, sobre todo la primera por ser menos escandalosa, podrían pasar completamente desapercibidas para el conjunto de la sociedad, y perpetuar de ese modo un sistema opresor y profundamente injusto como lo es el patriarcado.

Hemos de ser conscientes de la importancia que cobran las palabras a la hora de perpetuar las estructuras de poder y de propagar ese tipo de violencia machista que es la violencia estructural.

No sólo se trata de hacer un uso no sexista de los lenguajes, que también, sino de saber qué decimos realmente cuando nos expresamos. Qué mensaje estamos transmitiendo a quienes están a nuestro alrededor.

Como hemos visto en los dos ejemplos de lo ocurrido ayer, son mensajes claramente patriarcales, perversos y conducentes a mantener el orden patriarcal de las cosas. Y, al mismo tiempo, cuando ambos son analizados vemos que son también profundamente violentos para con las mujeres, cada uno desde sus respectivos ámbitos, lo que constata la transversalidad de la violencia ejercida desde las palabras.

Las palabras, como dardos envenenados del patriarcado, pueden llegar desde cualquier rincón de nuestra cotidianeidad y provocarnos rabia y dolor de manera totalmente injustificada.

En la medida que seamos capaces de sacar estas situaciones de su “normalidad invisible”, conseguiremos avanzar hacia una sociedad menos violenta también en lo simbólico y esperemos que más igualitaria en todos los aspectos.

En ese empeño andamos muchas de nosotras y cada vez más compañeros conscientes de esa desigualdad. Soy optimista y las semillas de hoy seguro que germinarán mañana para conseguir el objetivo deseado.

¡¡¡¡Cada día ha de ser un 8 de Marzo!!!

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