El nuevo gobierno conservador en Argentina

El problema, según el presidente electo, es que no sabe realmente cómo están los números porque Argentina no tiene datos fiables. Argentina tiene un problema serio con los dólares y Macri insiste en que le van a dejar el banco central “pelado”. Pero como suele suceder en este país, parece haber una solución imaginativa.

29 de Noviembre de 2015
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México, 29 Nov (Notimex).- El problema, según el presidente electo, es que no sabe realmente cómo están los números porque Argentina no tiene datos fiables. Argentina tiene un problema serio con los dólares y Macri insiste en que le van a dejar el banco central “pelado”. Pero como suele suceder en este país, parece haber una solución imaginativa.

Los cultivadores de soya, el oro verde que ha sacado a Argentina de su última crisis, tienen 10 mil 800 millones de dólares en granos que están guardados a la espera de una devaluación, según datos oficiales. Si Macri les diera una moratoria de tres meses, por ejemplo, en los que pueden vender esa soya sin las retenciones del 35 por ciento, lograría obtener rápidamente al menos ocho mil millones de dólares, una solución de emergencia. Como se ve, Argentina siempre encuentra una salida original a sus problemas.

El líder liberal, que llegó al poder con un partido nuevo, Propuesta Republicana (PRO), y aliado a la histórica Unión Cívica Radical (UCR, centro), anunció que planteará ante el Congreso, donde la mayoría es peronista, que apruebe una reforma electoral para evitar que los gobernadores de provincias y los alcaldes puedan reelegirse en forma indefinida y para instaurar el voto electrónico, con lo que pretende asegurar mayor transparencia en los comicios.

Macri, que está en minoría parlamentaria, no planea recurrir en el inicio de su mandato al Poder Legislativo sino que gobernará con decretos de necesidad y urgencia: “Sí, claro. Hay una transición hacia lo que todos queremos. En el corto plazo (el decreto) es un instrumento”.

El futuro jefe de Estado prometió acabar con las protestas que montan trabajadores, huelguistas y otros manifestantes para quejarse por conflictos sociales desde antes incluso de la crisis argentina de 2001: “Creo en el diálogo. Aquellos que crean que van a usar la protesta como extorsión, van a estar en problemas, porque vamos a actuar con la ley”.

También abordó otra cuestión de gran inquietud ciudadana, la inseguridad, en este país que es el de más robos de Latinoamérica pero uno de los que menos homicidios registra: “Hay que empezar a tomar el control sobre los barrios más peligrosos para emitir una señal de que esto empieza”. Macri tiene muchos cambios en la cabeza. El 10 de diciembre empezará a aplicarlos.

Por otra parte, el peronismo puede perder una batalla, pero no la guerra. El movimiento, sin una ideología definida, está pensado para obtener el poder y retenerlo el mayor tiempo posible. Hace 70 años que se recicla y regenera para regresar a la primera línea después de cada revés. Desde que el país recuperó la democracia hace 32 años, sus candidatos han perdido tres veces en las urnas: Ítalo Luder en 1983, Eduardo Duhalde en 1999, y ahora Daniel Scioli.

En los dos primeros casos, los rivales vencedores, Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa, no lograron acabar su mandato. ¿Se repetirá la historia en el caso de Mauricio Macri? Si dependiese del kirchnerismo, es bastante probable. Durante los 12 años en el poder de los Kirchner, y sobre todo en la etapa de Cristina Fernández, se implantó la idea de que un adversario que no piensa o gobierna como lo harían ellos no es una alternativa legítima.

Existe el riesgo de que el kirchnerismo en la oposición recupere el viejo molde de la feroz resistencia que Perón plantó a Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Onganía, Lanusse; todos presidentes que de manera violenta o fraudulenta gobernaron durante la etapa de proscripción del peronismo.

Pero este modelo de oposición ya no tiene cabida contra un Gobierno elegido democráticamente en el siglo 21, ni es lo que necesita Argentina para recuperar una razonable armonía social y política. Con el poder en 14 de las 23 provincias —aunque ninguna de las cuatro grandes (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza) ni la ciudad autónoma de Buenos Aires—, el control del Congreso, un servicio de inteligencia creado por la Cámpora (la agrupación juvenil kirchnerista) e influencia en una buena parte de los sindicatos; un peronismo con más ansias de revancha que de forjar una oposición constructiva puede hacer ingobernable el país.

Sin embargo, si la historia reciente se repite, una nueva generación de peronistas purgará de sus filas al kirchnerismo para reciclar el movimiento en pos de recuperar el poder. Esto fue precisamente lo que hizo Néstor Kirchner tras la crisis del corralito financiero de finales de 2001, donde primero maniobró para librarse del fugaz presidente Adolfo Rodríguez Saá, y más tarde de su valedor, el también ex mandatario Eduardo Duhalde.

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