Silenciar para desaparecer

26 de Marzo de 2015
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¿Qué puede hacer, entonces, la mujer por los esclavos si ella misma es pisoteada por el hombre y condenada con humillación al silencio Angelina Grimke

Es constante que páginas feministas de las redes sociales sean “expulsadas” o censuradas, de la misma forma como escuchamos que con naturalidad los discursos patriarcales en un salón de reuniones dan a las mujeres “la última palabra”.

A los hombres y a algunas mujeres les molesta la insistencia feminista por ser nombradas. A muchas de nosotras nos cuesta todavía decir “nosotras”.

El silencio impuesto a las mujeres es definitivamente uno de los temas más importantes aún por explorar y discutir en los espacios de diálogo feminista. Es la complejidad de entender cómo el sistema patriarcal silencia a las mujeres.

Hace unos años, en Cuba, presenté una ponencia en la que hablaba sobre la nulificación de las mujeres; el tema abarca aspectos del lenguaje, de la conciencia del yo construido a partir de cómo nos insertamos en la realidad desde la palabra y de cómo las mujeres nos entendemos a nosotras mismas y nos ubicamos en el mundo.

No es casual que en las letras, las mujeres que se atreven a hablar de “temáticas femeninas” o feministas sean relegadas, y las que buscan trascender elijan entrarle a la dinámica del canon patriarcal para existir.

Las demás se encuentran en la periferia, la misma periferia a la que son condenadas las transgresoras, las prostitutas, las histéricas, las que cuestionan; y por supuesto la respuesta del sistema es silenciarlas, dejarlas hablando solas, borrarlas.

El feminicidio es sin duda la forma más grave y contundente de silenciar la voz de una mujer. Pero también están otras que el Estado patriarcal adopta y replica a través de sus instituciones y sus personajes: ministros, magistrados, jueces, abogados, ministerios públicos y agentes del Estado y la propia sociedad.

El fin es el mismo, las formas son diversas. Se silencia a las mujeres con la tortura, que en el caso de ellas es de índole sexual porque tiene el propósito de arrancarle de tajo toda condición humana y cosificar, degradarla a objeto sexual, basándose en el constructo socio-cultural de que una vez violentada sexualmente, su valor frente a la sociedad y ante sí misma será nulo.

Se silencia a las mujeres en las comunidades cuando se atreven a denunciar que hay un individuo que ha violentado a una o a más mujeres; la comunidad responde castigándola con el desprecio, el rechazo y desacreditándola; la verdad que se esconde es que se ha atrevido a sacar y exponer fuera de la comunidad lo que ésta ha naturalizado: la violencia sexual contra las niñas y las mujeres.

Se silencia a las mujeres cuando en su familia, su comunidad, sus compañeros y esposos les dicen “cállate”, pero también cuando ellas hablan y ellos les dan la espalda.

No les interesa la respuesta de ellas, cuando dicen que sólo hablan tonterías, se trivializa lo que dicen las mujeres. Sigue tan vigente la observación de Victoria Ocampo a aquella comunicación que presenció en un puerto y que dio origen al ensayo “No me interrumpas”.

Se silencia a las mujeres cuando se les despoja de las palabras que son suyas y se pretende controlar lo que ellas hablan y escriben. Se silencia a las mujeres cuando en procesos legales los jueces determinan que la voz de la víctima no es creíble, no es verosímil o no es tomado como prueba, es decir no pueden ser sujetas activas de voz, ni en hechos de los que ellas mismas fueron víctimas.

Antes lo hacen los ministerios públicos o servidores públicos cuando una mujer llega a denunciar violencia y su dicho no es suficiente, le piden pruebas, le piden testigos, le piden que alguien –de preferencia hombre– les dé voz, es decir haga creíble sus dichos. Existir a través de la voz de otros porque su voz no es voz.

Se silencia a las mujeres cuando se elige a una periodista –Carmen Aristégui– para ser censurada y acallada, y como no es suficiente se pretende desacreditarla como fuente de opinión con argumentos misóginos y patriarcales.

Y se silencia a las mujeres cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación posterga la resolución, la respuesta a un amparo por un feminicidio, es decir se le niega la voz a la familia, pero también a la mujer asesinada.

Un complejo sistema de control, silenciamiento y nulificación de las mujeres en la que el Estado patriarcal es el único que se reconoce a sí mismo con voz.

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