Revive el narco Pablo Escobar

13 de Enero de 2014
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Millones de personas conocen la historia del narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria a partir de los hechos violentos causados por su ambición y una inagotable sed de poder que él y un grupo de empresarios del narcotráfico, desde Colombia hasta Estados Unidos, desplegaron durante años.

Cuando la serie “El patrón del mal” salió al aire miles de colombianos se indignaron. Para muchas personas la serie representaba revivir al mito monstruoso de un hombre que cometió los crímenes más brutales, que compró políticos colombianos, mexicanos, norteamericanos y de otros países para fortalecer su imperio de narcotráfico.

Un hombre que, según algunos especialistas, fue el ingeniero del desprestigio de una nación y de su ciudadanía, quienes sufrieron durante años el estigma en el mundo.

Pablo tuvo a un niño (retratado en la serie de TV) que durante su infancia admiró y defendió a su padre. Juan Pablo Escobar Henao creció mimado por dinero ensangrentado y una madre cómplice. Eventualmente, luego de la muerte de su padre, él tuvo que huir de Colombia y cambiarse el nombre. Ahora se llama Sebastián Marroquín.

Ya adulto quiso exorcizar sus demonios e hizo el documental “Los pecados de mi padre”; así comenzó la carrera pacifista de Sebastián, quien viajó para pedir perdón a algunos de los familiares de las víctimas mortales de su padre.

Debatiéndose en una paradoja, Sebastián dejó atrás el nombre paterno, pero nunca dejó de admitir que el gran capo tenía un buen corazón. Dice el hijo que nada es blanco y negro, que su padre tenía un lado luminoso, que sólo se conoce el más oscuro y violento.

Cómo reconciliar el amor por un padre cariñoso que para Colombia es símbolo de crueldad, magnicidio, corrupción política y narcotráfico; un hedonista hambriento de poder. Ésa es la pregunta que sigue en la mente de Sebastián, de allí que desde hace años busque recursos para invertir en la educación para la paz, en crear conciencia sobre el daño que la violencia genera.

Recientemente tomó una decisión más que polémica. Rescató del baúl su nombre real, revivió de entre los muertos a su padre y creó una línea de ropa con las fotografías de Pablo, su pasaporte, su licencia de conducir, sus tarjetas de crédito. El rostro y datos personales del narcotraficante aparecen en la ropa, cada camiseta se vende entre 80 y 95 dólares estadounidenses (entre mil y mil 200 pesos mexicanos).

Modelos con cuerpos esculturales muestran la vestimenta en una campaña sofisticada con aires de seducción erotizada. En las playeras hay mensajes de paz, que los diseñadores industriales que trabajan para Marroquín en su marca llamada Escobar Henao, imprimen con el argumento de que la gente que compre su producto hará campañas de concientización sobre el peligro de convertirse en un nuevo Pablo Escobar.

En la presentación de su marca Sebastian dijo: “Juntar la valentía necesaria para dar paso a una genuina reconciliación le revuelve el estómago a cualquiera (…); sentí la responsabilidad moral de buscar y de pedir algo que nos cuesta mucho dar a todos, pero que nos gusta recibir: el perdón.

“Perdón es sanación de una herida que hay que cerrar y que no nos va a dejar caminar si no la atendemos a tiempo. El odio no construye futuro, propicia la autodestrucción. Si nos negamos a perdonar, estamos perpetuando con ello el dolor y el odio propagado por la violencia sufrida. Te invito a construir paz conmigo y con todos tus enemigos”.

Está claro que un hijo no tiene por qué pagar por los pecados de su padre, pero hay algo inquietante y paradójico en la empresa de Marroquín/Escobar. Me parece que sus anuncios contradicen sus palabras.

Las fotografías y los modelos rodeados de lujos excéntricos, muebles ostentosos en medio de la selva, alcohol, modelos que parecen matones guapos con el nombre y la fotografía de Escobar en su época de oro parecen más una celebración del capo que un llamado a la reflexión.

Donar un porcentaje (no dice cuánto) de las ventas de la ropa para la educación para la paz es loable; lo que resulta paradójico es que su campaña parece una celebración del capo con simples leyendas superpuestas.

Seguramente él honestamente busca que la sociedad perdone a Pablo, y parece que al celebrarlo le devuelve la vida. Él tiene derecho a hacer su proceso personal, pero sin duda ha despertado el fantasma para Colombia, al ver que los jóvenes van por las calles vistiendo la imagen de un hombre que inició una guerra brutal, y que tanto hizo sufrir a millones de personas.

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