Algo más que palabras

18 de Octubre de 2012
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Está visto que las mafias distorsionan el funcionamiento de cualquier país. Por desgracia, abundan como jamás. Con urgencia, por tanto, todos los países deben propiciar una cultura de la legalidad, lo que supone acrecentar desde la vigilancia aduanera hasta el sentido de la honestidad. Quienes aprovechándose de la pobreza de seres humanos, trafican con ellos en la prostitución o en talleres clandestinos, deben ser castigados con el peso de la ley. La justicia ha de ser ejemplar en este tipo de actuaciones que se producen de manera repetitiva y continuada, como puede ser el fraude a las personas, pero también los relativos al fraude fiscal, que al fin también repercute en el ciudadano.

Ahí está un caso reciente de la mafia china en España, que ganaba entre doscientos y trescientos millones de euros al año entre el dinero blanqueado de sus actividades ilícitas y la evasión de capitales. ¿Dónde están los mecanismos de control? Se podrán tener todas las comisiones de investigación que se quieran, pero si no son efectivas, mejor cerrarlas. Sucede lo mismo, con todas las inspecciones a realizar en fronteras, si sus actuaciones no son positivas y contribuyen a restaurar la rectitud, para qué realizarlas.

Esta cultura de la ilegalidad que hace tambalear al mundo en estos momentos, es fruto de una civilización sin valores. Desde luego, no hay cultura que no remita a una ética, ni tampoco una ética sin referencia a una cultura. En el contexto actual de la globalización se hace necesario un diálogo sincero basado en la responsabilidad. No se puede instar a hacer el bien, si luego después, desde las estructuras del poder, se permite que se trafique con personas y vidas, o que se forjen fortunas como resultado del tráfico sexual, de drogas, de armas de fuego ilícitas y tantos otros conjuntos de delitos transfronterizos.

Sin duda, ha llegado el momento de combatir este tipo de delincuencia que se enriquece desde la ilegalidad, como pueden ser las prácticas corruptas que vacían las arcas de los Estados y arruinan a los ciudadanos. Las estadísticas apuntan que los sobornos y la extorsión, lejos de decrecer, aumentan, y habría que hacer algo porque acabasen, puesto que sus efectos son devastadores y de gran alcance.

Considero, pues, la falta de ética un elemento clave de la crisis, la economía no puede funcionar si no tiene ese factor moral que engrandece a la persona. Vivimos unos tiempos complicados, de uso arbitrario del poder, de la mentira permanente, en detrimento del bien común. Las mafias de todo tipo actúan como agentes de la confusión, sin respeto, de manera turbia, y sin importarles nada más que sus propios intereses. Realmente nos queda mucho por hacer, lo primero construir sociedades socialmente responsables y humanamente solidarias. Recordemos, como dijo Camús, "un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo". Y de esa bestia, inexorablemente surgen familias cultivadas en las más tremendas bestialidades, unidos como mafias, en las más absurdas irresponsabilidades, viendo legalidad en lo inhumano e ilegalidad en lo humano.

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