La autonomía económica de las mujeres

25 de Febrero de 2015
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La ciudadanía plena puede ejercerse por varias vías; todas en conjunto representan la posibilidad de que una persona pueda utilizar sus derechos ciudadanos y goce de ellos.

Para las mujeres, esa plenitud ha ido construyéndose por un largo camino en el que cada vez deben sortearse más obstáculos del patriarcado y sus prácticas de control; algunas veces sutiles y otras no tanto.

Desde la dificultad para ejercer la ciudadanía mediante el acceso a la justicia, la participación política de las mujeres, la apropiación de los espacios públicos, la igualdad en la opinión pública, y la autonomía económica, es esta última con la que se presume que ya las mujeres han alcanzado la “igualdad”, y que hoy día pueden trabajar y estudiar, “pueden hacer lo que quieran”, ya casi tienen los mismos derechos.

Pero ese “casi” entraña la verdadera intención, negativa por supuesto, de no permitir el acceso absoluto al pleno goce de los derechos femeninos.

Tan sólo revisando las cifras encontramos una triste realidad acerca de la desigualdad en términos económicos y en consecuencia en la posibilidad de que las mujeres alcancen la autonomía económica y con ello la autonomía emocional.

En México aunque hay leyes, como para el resto de los temas de Derechos Humanos, no hay mucha voluntad y todas las normas “se han hecho para los demás, no para quienes deciden quebrarlas” (y ahí tenemos a un país sentado en el banquillo de los acusados frente a la ONU, y reticente a reconocer su responsabilidad por la desaparición forzada).

En 2007 se aprobaron en casi todo el país las leyes de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, y la Ley de Igualdad entre Mujeres y Hombres, que suponía el compromiso del Estado mexicano para emprender políticas públicas desde los gobiernos para construir ese escenario.

Mientras tanto, la pobreza se agudiza en las mujeres, la marginación, los bajos salarios, los empleos mal remunerados, el hostigamiento y acoso laboral y sexual en espacios laborales, los trabajos de “medio tiempo”, y por si eso fuera poco los “requisitos de 20-30 años, soltera, sin hijos, buena apariencia”, que deja sin posibilidad de trabajar a las mujeres de más de 30 años de edad y que han tenido hijas o hijos, y los parámetros siempre más elevados para ellas; la consigna de “ellas deben probar que han ganado con capacidad”, y escrutinios dobles para las mujeres en todos los cargos.

En España las mujeres tienen que trabajar 79 días más para cobrar el mismo salario. La diferencia entre lo que ganan hombres y mujeres por un trabajo igual es de 23.93 por ciento; supone que para obtener la misma pensión, una trabajadora deba cotizar 11 años y medio más que su homólogo masculino.

¿Y así cómo van a construir autonomía económica las mujeres? Así cómo van a empoderarse, tener propiedades, mejorar sus ingresos, si no sólo es el círculo de la violencia sino que ahí está el círculo de la pobreza femenina de “no gano más porque no me capacito, y no me capacito porque no me permiten ir con mi hijo, y no me cuidan a mi hijo porque no hay guarderías nocturnas, y no puedo pagar niñera particular”.

En México, según datos del Inegi, las mujeres ganan entre cuatro y 12 por ciento menos sueldo que los varones (2011); además, de acuerdo con el Índice de Discriminación Salarial, ellas deberían incrementar su salario en 52.2 por ciento para emparejarse con los hombres, afirmó en una entrevista la investigadora Ana Buquet Corleto, directora del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Cuando el número de mujeres ocupadas aumenta, las economías crecen. Según estudios en naciones de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, y en algunos países no miembros, el aumento de la participación femenina en la fuerza de trabajo –o una reducción de la disparidad entre la participación de mujeres y hombres en la fuerza laboral– produce un crecimiento económico más rápido.

Amartya Sen lo vio así: “No es posible seguir depositando en la mitad de la población el sostenimiento de la otra mitad, en condiciones de pobreza”, y reconoció que cuando en una comunidad las mujeres trabajan y tienen percepciones, éstas se reflejan en un cambio absoluto en la comunidad. Eso además mueve a la economía.

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