Mujeres dan la cara en defensa de la cultura maya

01 de Marzo de 2015
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Valladolid, Yuc. 1 Mar 15 (Notimex).- Eduarda Caamal Poot, Felipa Cab Chan y Laureana Mazún Euán son tres mujeres yucatecas con historias diferentes, oficios diversos, pero una herencia común, el orgullo de ser mayas, poseedoras de una forma de ver la vida y de afrontarla, saliendo adelante a partir de su esfuerzo y su trabajo.

Cabezas de familia, las primeras dos fueron homenajeadas la víspera como “Creadoras comunitarias distinguidas” en el ámbito del tejido, en telar de cintura y a mano, mientras que a la tercera se le reconoce por mantener viva la medicina tradicional.

Las tres son portadoras de sabiduría ancestral y difusoras de tradiciones, no sólo dentro de sus familias, sino también de sus comunidades, donde son respetadas y apreciadas, como lo evidencian los aplausos que reciben en el escenario.

Las Galas Regionales por la Identidad las han descubierto al mundo, pero ellas son reconocidas por donde pasan. Desde Tixhualatún, de donde es Eduarda (75 años), hasta Yaxche, de donde viene Laureana (80 años) y en Telchac, donde vive Felipa (81 años).

Eduarda es soltera, ha preferido mantenerse así para poder dedicarse a su telar de cintura, ese que aprendió a usar de niña y que ahora le permite sobrevivir con sus creaciones.

A falta de hijos a quienes heredar sus conocimientos, Caamal se ha empeñado en que aprendan a tejer el henequén otros miembros de su comunidad, con la técnica original, la que aprendió de sus padres y abuelos, y que va desde la preparación del henequén, la corta, el peinado y deshilado de la fibra.

Sus manos son ásperas, igual que su rostro, ése que la mayor parte del tiempo parece indiferente y que irrumpe su seriedad solo al paso de algún conocido que le saluda.

La mirada perdida, Eduarda responde preguntas que entiende en español pero que espera que le traduzcan al maya, porque para ella, como para muchas otras mujeres, esa es una forma de mostrar resistencia a la transculturización, una manera de defender su lengua de la que se sienten plenamente orgullosas.

Sus respuestas son largas, llenas de matices, cuando narra el tiempo y el trabajo que lleva cada pieza de su telar de cintura, el cual, dice, requiere fuerza para jalar la fibra, de ahí que no se le pueda enseñar a chicos muy pequeños en la comunidad.

Esos apenas aprenderán a preparar la fibra y a hacer algunos nudos en tanto tienen la fuerza para usar el telar, explica apoyada en la traducción por Antonio Cahúm Sánchez.

En el mismo sitio, a un costado del Parque Central Francisco “Cantón Rosado”, Laureana Mazún espera su turno para dar testimonio de su trabajo en el ramo de la medicina tradicional, oficio que aprendió de sus padres pero que reforzó con su marido, el cual falleció hace nueve años.

Mazún, quien lo mismo hace preparaciones para el riñón, la tos o el flujo blanco, aprendió a distinguir las plantas y clasificarlas para hacer preparaciones que “receta” a sus pacientes, que le tienen fe a esta medicina para remediar sus males, y a ella que, reconoce, casi siempre les tiene respuesta a sus peticiones.

A sus 80 años, es miembro activo de diversos museos comunitarios donde ofrece sus productos y participa en exposiciones de medicina tradicional en diversos estados de la república donde su fama ha llegado.

Su legado está a salvo, pues a diferencia de Eduarda, ella sí tiene una larga descendencia, entre ellos 40 nietos a quien enseñar sus secretos medicinales, algunos de ellos instalados ya en el Parque, vendiendo sus envoltorios llenos de yerbas con indicaciones sobre cómo y cada cuándo tomar las infusiones.

El caso de Felipa no es muy diferente, ella también aprendió el telar desde pequeña y hoy tiene más de 50 años trabajando la fibra de henequén y otros materiales que, en telar de cintura y a mano, transforma en vistosos diseños, en tapetes, bolsas, morrales, adornos, etcétera.

A su técnica añade el teñido, pues le gusta confeccionar coloridas piezas que vende en su comunidad.

Su trabajo también es una herencia, que hace con pasión, le ha mermado un poco la vista y le ha cansado las manos, pero eso no impide que ella siga tejiendo, peinando la fibra, mientras ve la televisión, porque, afirma, es lo que ella ama hacer y lo seguirá haciendo “hasta que Dios diga”.

A la charla se integra Timotea Itza, tiene 75 años y aunque no ha sido galardonada, también participa en la Gala Regional Maya con algunos de sus bordados que exhibe en el Parque, y diseños que han sido reproducidos a gran escala en el escenario.

Es más alegre y abierta que las otras tres mujeres, su vida es parecida, porque también le apasiona lo que hace, es orgullosa de su cultura y su lengua, aunque ella sí se permite hablar en español, sobre todo ante la prensa, que la emociona.

La tía Timo, como le dicen, tampoco se casó, tiene sobrinos pero ella prefirió no depender de un marido; en esta región, dice, “un hombre nomás te estorba, te quita lo que ganas con el tejido para irse a emborrachar o para buscarse otra mujer”.

Es mejor sola que mal acompañada, suelta hilarante, mientras relata cómo desde chica aprendió a tejer y encontró en la destreza de sus manos y la creatividad de sus diseños, una forma de mantener la individualidad, preservar su cultura y difundir la riqueza ancestral de su pueblo.

En ella se reflejan muchas mujeres que, comenta, han decidido seguir su ejemplo y no preocuparse por casarse o tener familia, mujeres que se entregan al trabajo de su comunidad, porque se sienten orgullosas de ser mayas y poseer la sabiduría de un pueblo que, pese a la modernidad, se niega a sucumbir.

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