“La democracia racial de Brasil es un mito”

20 de Junio de 2015
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Brasilia, 20 Jun 15 (Notimex).- El 13 de mayo de 1888, en el balcón central del Palacio Imperial de Río de Janeiro, una joven de figura grácil y rostro sereno, la princesa Isabel de Braganza, hija y heredera del emperador Pedro II, daba lectura al decreto de promulgación de la Ley Áurea, que ponía fin a más de tres siglos de esclavitud en Brasil.

La decisión tomada por el monarca que gobernó al mayor país de América Latina entre 1840 y 1889, lo enemistó con casi todos los grupos de poder, incluidos los militares, quienes le notificaron de que, “un gobierno provisional esperaba de su patriotismo el sacrificio de dejar el territorio brasileño en el más breve plazo posible”.

Tras recibir el mensaje firmado por el mariscal Deódoro da Fonseca, don Pedro firmó su renuncia a una corona políticamente inexistente el 16 de noviembre de 1889, exiliándose en Europa para morir poco después.

Así se inició una nueva fase en la historia de una nación inmersa entonces en hábitos arcaicos, crueles y a la vez paternalistas, a la que fueron llevados por la fuerza desde el África occidental dos millones de seres humanos entre los siglos XVI y XVIII.

No obstante aquel decreto de abolición de la lacra social más denigrante que haya existido en Brasil –“un país inmensamente negro”, como dijo el poeta Vinicius de Moraes- y en otras naciones en el pasado, la condición de los negros no ha variado de modo sustancial desde entonces.

Así los refieren los estudios científicos más serios difundidos por organizaciones que, históricamente, han pugnado por una genuina democracia racial, no solamente en esa tierra descubierta por el navegante Pedro Álvares Cabral el 21 de abril de 1500.

Ni al cumplirse en 1988 el primer centenario de la abolición, ni en 2010 -cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva firmó el decreto de Ley de Igualdad Racial-, la situación social, económica y política de los afrobrasileños había variado, especialmente en sus constantes de violencia, sumados la pobreza y el atraso.

“La democracia racial de Brasil es un mito, y ser negro y pobre en este país es una desgracia”, denunciaba Rogério Silva dos Santos, de 29 años, líder comunitario que buscaba la reivindicación de los derechos ciudadanos de las comunidades negras de la periferia de Santos, en el litoral de São Paulo, baleado y muerto hace unas semanas al llegar a su domicilio.

Sin que se haya superado el racismo y la discriminación que pregona una sociedad brasileña supuestamente respetuosa de una negritud que ha hecho enormes e increíbles aportaciones culturales, deportivas, religiosas y de otros órdenes a la nación, Rogério, sin embargo, fue uno de los 320 mil negros víctimas de las armas de fuego entre 2003 y 2012.

Una cifra de esas dimensiones forma parte de la estadística que prueba que, los homicidios cometidos de ese modo en Brasil, no tiene color, sexo, ni edad, y si por un lado el número de personas blancas muertas por armas de fuego cayó 23 por ciento en el mismo periodo (de 14,5 muertes por 100 mil habitantes a 11,8), la cantidad de víctimas de color aumentó 14.1 por ciento en el mismo periodo: de 24,9 a 28,5.

En 2012 murieron 2, 5 más negros que blancos, según datos del Mapa de la Violencia 2015, coordinado por el sociólogo Jacobo Costa, difundido a partir del 13 de mayo último, al conmemorase 127 años de la abolición de la esclavitud en Brasil.

“Ese aumento de muertes entre la población negra es lamentable; pero no sorprende”, asegura Martim Sampaio, coordinador de la Comisión de Derechos Humanos de la Orden de Abogados de Brasil (OAB).

“La víctimas preferidas de la violencia social -traducida en masacres colectivas y homicidios individuales cometidos principalmente por agentes de seguridad y la Policía Militar-, son las comunidades pobres, negras y periféricas”, dice el abogado.

Sampaio no duda en afirmar que existe un “genocidio” contra ese sector de la sociedad brasileña, y añade que los datos revelados -entre 1995 y 2015 en Brasil fue superado el número de soldados estadounidenses fallecidos en Vietnam- preocuparían seriamente en otros países, además de que reiteran el dicho de Rogério Silva dos Santos: “En Brasil, la democracia racial es un mito”.

“Nuestra población negra, a pesar de ser numerosa -establece Martim Sampaio- al representar casi la mitad del total de la nación en términos demográficos, es invisible, y si fuese blanca, esas tasas de homicidios provocarían reacciones fortísimas”.

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